lunes, 13 de abril de 2009

Un millón de amigos

Recuerdo los veranos de mi infancia cruzando el país rumbo al norte, siempre huyendo del calor. Nos subían a los cuatro niños en el coche y carretera y aire acondicionado, que no manta. Los largos viajes eran amenizados con música. La clásica era remedio infalible para amansar a las fieras cuando el cansancio empezaba a hacer mella en nosotros.
También acabábamos aprendiendo las letras de zarzuelas que luego disfrutábamos representando a los mayores de la familia tras las cenas estivales en el jardín.

Además, viajaban con nosotros Plácido Domingo, Carreras, Sinatra, Mocedades, Julio Iglesias, Nat King Cole, Glen Miller, Cole Porter, y Roberto Carlos.

Me gustaba analizar sintácticamente las letras de las canciones. Y siempre llevaba un papel que ponía “para buscar” donde escribía todas las palabras que me eran desconocidas para buscarlas en el diccionario al llegar al destino.
Era una actividad que me entretenía y con la que disfrutaba. Pero Roberto Carlos me ponía nerviosa. Las letras de sus canciones me parecían absurdas. Nunca entendí qué pintaba un gato triste y azul en nuestros cielos. ¿Y para qué quería un nido de pajaritos? ¿Para cantar más fuerte? ¿Cómo es posible que creyese que podía tener un millón de amigos? Yo calculaba cuántas ciudades hacían falta para meter un millón de amigos. Por lo menos habría que juntar Murcia con Almería y Granada. O tal vez en Valencia, o en Sevilla... Pero la conclusión a la que llegué es que Roberto Carlos era un ingenuo. ¿Acaso es posible conocer a fondo a un millón de personas? Definitivamente, el brasileño no tenía ni idea de lo que era la mistad. Uno puede conocer muchas personas a lo largo de su vida, pero no todas serán tus amigos. Los amigos incondicionales son pocos.

Pero claro, estoy hablando de los años 80. Un niño de principios del siglo XXI sabe que un millón de amigos te cabe en facebook, o en twenty. En los 80 los amigos los hacíamos en el cole, en el parque, en la urbanización, en la playa, en los campamentos de verano. Con suerte los conservabas en la universidad, etapa en los que añadías otros nuevos. Y si aún los conservas, a pesar de los cambios de ciudad y de las mil vueltas que da la vida, es para sentirse afortunado.

En los últimos meses, mi buzón es bombardeado con mails anunciando que fulanit@ me ha añadido como amigo de Facebook.
Confieso que caí, pero mi estancia en semejante paraiso de la amistad duró un mes escaso. Me resultaba surrealista recibir mensajes tipo “Maricharon Estón te invita a unirte al grupo de siliconadas sin fronteras”; “Yors Cluní ha dejado un mensaje en tu muro porque le duele la cara de ser tan guapo”… y cosas así.

Lo siento por Maricharon y sus amigas protésicas. Y qué quieres que te diga, Yors Cluní: si hace falta, me estampo contigo en tu muro, pero en vivo y en directo. Que si te duele la cara, yo te la curo, pero que te la tengo que ver, que si no… va a ser que no.

En fin, que si me pierdo, no me busquéis en facebook. Los amigos de verdad saben donde me tienen.


1 comentario:

  1. Eso es que eres de mi generación. Para ser novata tienes un blog y una web chulísima. Pero no he encontrado ningún mail a través del cual ponerme en contacto contigo ¿podrías enviármelo a mi mail? ¡Gracias mil!

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