miércoles, 12 de agosto de 2009

El arte de leer periódicos

Por José Luis Olaizola, escritor.

«La sabiduría consiste, a veces, en rechazar información», ha declarado en Umberto Eco, hombre de singular talento para escribir novelas que no hay quien las lea, pero que consigue que se vendan por cientos de millares. Sujeto con tales dotes es lógico que sepa decir cosas ingeniosas, y una de ellas es la que encabeza estas líneas. En la citada entrevista, el profesor italiano razona muy bien cómo, en nuestro tiempo, el exceso de información nos puede aplastar. Por eso hay que seleccionar el libro que se quiere leer, la película que se desee ver o el programa de televisión que va a entrar en el hogar. ¿Por qué? Porque nuestro cerebro tiene, tan sólo, unos pocos millones de neuronas, y no podemos distraerlas con informaciones inútiles.

En esa línea tengo asumido desde hace tiempo que el exceso de información acaba produciendo una auténtica desinformación. Como padre de familia numerosa preocupado por el desorden informativo que acosa a mis hijos e hijas, tengo en proyecto escribir un manual del ciudadano perfectamente informado, del cual les ofrezco esta primicia.

Hay que leer prensa, pero no toda la prensa que se edita en España y parte del extranjero. A mí me agobia el espectáculo de uno de mis yernos adquiriendo los domingos todos los diarios que, con sus correspondientes dominicales, más el Time, al que está suscrito, comporta lectura para dos meses y medio. «Sólo leo lo que me interesa», se justifica, ante mi mirada reprobadora. Pero le lleva tanto tiempo saber qué es lo que le interesa en aquel inmenso piélago de papel impreso, que le alcanza la noche ojeroso y desasosegado, sabiendo un poco menos de la vida que cuando comenzó el día. No se imponga usted ese trabajo propio de profesionales de la información. Usted, ciudadano de a pie, limítese a seleccionar el periódico que sea más de su agrado y procure serle fiel. Y de vez en cuando, una o dos veces por semana, adquiera, también, otro diario de tendencia diversa al suyo habitual para contrastar información.

Una vez hecha la elección de su diario preferido, aprenda a leerlo. Todas las secciones de un periódico bien concebido son interesantes, pero eso no significa que todas le interesen a usted. Uno de mis hermanos mayores, ya octogenario, me confesaba hace poco: «Si de algo me arrepiento en mi vida es del tiempo que he perdido leyendo el periódico». Lo decía porque era incapaz de acostarse si no lo había leído completo, incluida la sección de anuncios por palabras. Si por una emergencia algo le quedaba por leer, lo guardaba para el día siguiente, y en su casa ofrecía la imagen de un hombre parapetado detrás de un periódico. Muy desagradable.


El arte de aprender a leer la prensa es la base del ciudadano perfectamente informado. Si la decisión del periódico que hay que leer es importante, no digamos la selección del libro adecuado. En este terreno caben tres posturas a cual más desafortunada. La primera, y por desgracia la más generalizada, es la de los que no leen libros. Por supuesto, es desoladora para los que nos dedicamos a escribirlos, pero igualmente dañina para los que se abstienen. Por misteriosas razones que no puedo ahora explicar, pero que están avaladas por un interesante estudio de la Unesco, resulta demostrado, médica y neurológicamente, que la función de discurrir está en relación directa con el número y la clase de libros que se lean. Si usted se limita a leer libros relativos a la pericia de su profesión podrá llegar á ser un discreto perito en ella, pero no una persona culta e informada.

La segunda postura es la del denominado lector múltiple que se caracteriza por leer varios libros a la vez y no conseguir terminar ninguno. ¿Por qué? Porque sucesivas novedades literarias le impulsan a su adquisición e inicio de lectura, con los desastrosos resultados ya consignados. Y la tercera postura es la del lector escrupuloso en exceso que cuando comienza un libro considera cuestión de conciencia el terminarlo. Tal es el caso de mi mujer, admirable en tantos aspectos pero terne como pocas a la hora de terminar un libro por pesado que sea. El ciudadano perfectamente informado rehuirá cualquiera de estas tres posturas. Sabrá elegir el libro adecuado, será constante en su lectura, al tiempo que decidido a dejarlo cuando advierta que es un tostón.

En esta primicia me he limitado a esbozar los medios de información a través de la letra escrita. Dejo para otras oportunidades el prodigio de desinformación que pueden ser los medios audiovisuales, sobre todo a partir del mando a distancia que nos permite practicar un zapping caótico y desequilibrador de la mente humana.

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