sábado, 5 de mayo de 2012

La maternidad embellece

Frederic Leighton. Madre e hija (1865)

Cuando nos encontramos próximos a la celebración del día de la Madre, con frecuencia me vienen a la cabeza unas palabras que San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, solía repetir cuando alguna madre de familia numerosa se dirigía a él en los encuentros catequéticos que mantuvo por España y Latinoamérica hacia el final de su vida. Antes de responderle, recordaba con gracia a todos los presentes el dicho de que «la maternidad embellece». 

Esta realidad que comporta la maternidad contrasta hoy con la abundancia de tantos centros de estética, algunos de ellos muy especializados. La proliferación de este tipo de establecimientos es señal de que existe una creciente valoración por la imagen que uno da.

Y bien mirado, podemos decir que una madre tiene algo especial. Es algo que le confiere una belleza peculiar y única. No se trata solamente de una cuestión hormonal o física. Se trata de algo más profundo. La relación que se establece entre una madre y sus hijos la transforma, y ese cambio, que es interior y trasciende fuera, la embellece.

No es difícil ver que las madres tienen un papel insustituible en la vida de sus hijos. Escribía el Dr. Nagai, médico japonés que trabajó mucho tiempo en un orfanato, que «nuestra infancia es feliz porque podemos llorar. Sabemos que si lloramos nuestra madre vendrá y nos consolará. Una persona mayor no puede llorar a gritos, sólo un niño que tiene madre puede hacerlo». Había observado que si un huérfano llora, los demás se reían de él. Entonces éste aprende a la fuerza la astucia de contener las lágrimas. Probablemente no haya peor mal para una persona que sentirse solo y poco comprendido.

Además de saber consolar a sus hijos, la madre también les ofrece algo impagable: una sonrisa sincera. Trabajar o convivir con una persona que sonríe habitualmente tiene un influjo en el resto de la gente, que se aprecia cuando esa persona se marcha o se ausenta. Así, cualquiera que haya visto a una madre jugar y divertirse con sus hijos habrá tenido un comprensible deseo de ser capaz de mirar igual que ella. Los ojos de la madre revelan que algo se ha encendido por dentro. Y esa sonrisa todavía es más preciosa cuanto más dependiente sea el hijo. Es el caso, por ejemplo, de un bebé o de un hijo que sufra una discapacidad.

¿Qué le pasa a una mujer cuando corresponde al don de la maternidad? Le pasa lo más grande que le puede ocurrir a una persona: aprende a querer con toda su interioridad. Una madre vive para su hijo. Casi sería más preciso decir que se desvive por él. Habrá días luminosos y otros días más nublados, o incluso con tormentas; podrá haber bonanza económica o quizá se vivan momentos de recorte presupuestario en casa. Pero toda madre sabe que es capaz de sonreír y de consolar a su hijo, aunque las circunstancias no acompañen o se encuentre rota por dentro. Es capaz de elevarse por encima de sus capacidades con tal de ayudar a sus hijos. A partir de entonces, el bien de los hijos es fuente de alegría para una madre.

Hoy más que nunca esta relación puede aparecérsenos como difícil o utópica. Parece que los valores actuales apuntan en otra dirección. Estamos acostumbrados a medir la eficacia de nuestras acciones en función de nuestro interés o en términos económicos. Quizá por eso a muchos la maternidad les parezca una carga incomprensible. Y en cierto modo tienen razón. Porque la maternidad es un misterio. A una madre se le ha confiado algo único: cada hijo es irrepetible y portador de una esperanza. El vínculo que se genera lanza a los padres, y en particular a la madre, a una aventura diaria con cada hijo. Y en un mundo como el nuestro que busca seguridades y teme comprometerse, la madre generosa goza de un gran atractivo por cuanto ha asumido el riesgo de la auténtica hazaña: la entrega abnegada por el bien del otro.

La relación de una madre con sus hijos llega muy hondo. Romano Guardini reflexionó sobre este misterio: 
«¿Cómo ama la madre a su hijo? ¿Cómo nace ese amor? La madre ama ya, por su disponibilidad para concebirlo, al que no existe todavía pero se formará un día con su propia sangre. Más tarde, siente agitarse dentro de sí algo viviente, y su amor crece a medida que se desarrolla ese cuerpo distinto al suyo. Y ella, la madre, tiene conciencia de ese amor y cree en el sentido y cumplimiento de la existencia de ese hijo. Y cuando éste nace y lo mira en sus brazos, sus ojos se tornan capaces de una clarividencia más profunda, pues su corazón ha hecho ya un largo aprendizaje en la escuela de la paciencia y del amor».
La maternidad embellece porque enriquece el corazón. Lo que hace grande a una persona no es su sueldo o el poder que haya acumulado, sino su capacidad de amor. El amor de una madre por su hijo poco tendrá de romántico y mucho de sacrificado y desinteresado. El auténtico amor es el que lleva a entregarse y desvivirse por el bien del otro. Toda madre lo sabe. Y todos —puesto que todos somos hijos— las admiramos.

(Por Tomás Baviera Puig en almudi.org)

4 comentarios:

  1. ¡Madre mía!,(nunca mejor dicho), preciosa esta disertación,no se puede pedir más para rendir homenaje a nuestras madres.
    Una delicia leerlo, es verdad, el amor de una madre es siempre auténtico y por eso son tan bellas.
    Gracias por esta joya.

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    1. Sí que es precioso, Rosa, por eso no me he resistido a copiarlo.
      Gracias a ti y felicidades, que sé que eres madre.

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  2. Me ha encantado esta entrada.
    Por dos razones.
    Una es que ahora, cuando mis hijos lloren para que acuda a ellos, les veré de otro modo. Nunca había pensado que un niño abandonado no tiene a quién llorar, no va a encontrar consuelo en su madre.

    La otra es la belleza de la maternidad. Mucho me he quejado y me quejo de los cambios físicos que conlleva la maternidad (no a todas por igual, pero a mi me ha tocado ser de las que sufren muchos de ellos) pero es cierto que mi mirada ha cambiado, que ahora verdaderamente tengo una belleza más sobria, la belleza que da el dar la vida.

    Otro saludo!

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    1. Clo, ¡Felicidades por dar vida! Eso es lo realmente importante.
      Gracias por tus palabras amables.
      ¡Saludos!

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