Por Alfonso López Quintás
I. La mentira nos enferma
En el juego, a veces complicado, de la vida, puede parecer en casos que la mentira es rentable en cuanto le permite a uno salir airoso de ciertos apuros y montar estrategias eficaces para vencer sin necesidad de convencer. Da incluso la impresión de que, si se va con la verdad por delante, no se llega lejos.
Frente a ello debemos subrayar que el ser humano vive como persona y se desarrolla como tal cuando es fiel a la realidad en torno y a su misma realidad, y esa fidelidad se traduce en veracidad. Ser veraces, mostrarse a los demás tal como uno es, tener palabra de honor, mantener las promesas dadas es condición para el encuentro, en sentido riguroso. Si te miento, no suscito en ti confianza, y, si no confías en mí, no me haces confidencias y no te encuentras conmigo.
El que rechaza la verdad rechaza el encuentro auténtico y bloquea el desarrollo de su personalidad: digamos que enferma espiritualmente. Esta enfermedad afecta al que rechaza la verdad por sistema, el que toma la mentira como un recurso de éxito y deprecia el valor de la verdad, a la que considera inútil o incluso contraproducente. Uno puede errar y por tanto faltar a la verdad, puede incluso mentir en un momento dado por debilidad pero reconocer en el fondo el inmenso respeto que merece la verdad. Entonces se halla en camino de realización personal. Pero, cuando considera que la verdad no le obliga, que no tiene poder alguno sobre él, que sólo él es dueño de sus pensamientos y manifestaciones, enferma espiritualmente, deja de vivir una vida en el espíritu.
II. La verdad nos sana
La mentira nos enferma. Bloquea la verdadera comunicación, y, como ésta es esencial al desarrollo del hombre, deforma la personalidad. Con profundo sentido, Carlo Collodi nos revela que a Pinocho le crecía la nariz cuando mentía (1) . La nariz es la parte central del rostro, y éste constituye el lugar por excelencia de expresión de la persona. El crecimiento desmesurado de la nariz simboliza, por ello, la deformación de todo el ser humano.
En cambio, la veracidad nos pone en forma espiritualmente, nos permite desarrollar al máximo nuestra personalidad, nos da nuestra configuración justa y, con ella, la máxima belleza. El que es veraz se manifiesta como es, se abre al otro con franqueza y genera confianza en su ánimo. La confianza lleva a hacer confidencias y a encontrarse. El encuentro desarrolla a las personas, las hace auténticas. Se considera auténtico al que es un verdadero hombre. Autenticidad y veracidad van unidas.
Ante una interpretación excelente, por ejemplo de una obra de Bach, solemos decir: "¡Esto es verdadero Bach!". Nos parece un Bach perfecto y modélico no porque se acomode a un modelo de interpretación que tengamos ante la mente, sino porque se manifiesta ante nosotros perfectamente realizado.
Amar la verdad es querer ajustarse a la realidad y hacer que aparezca en toda su excelencia. Ser veraz significa más que ser un espejo fiel de la propia realidad y las realidades del entorno sobre las que uno habla. Es ayudarles a ser cuanto están llamadas a ser. He ahí por qué profunda razón el que es veraz colabora con el Creador. El que es falaz, por el contrario, provoca un cortocircuito en la marcha normal de la vida.
Con profunda sabiduría nos alecciona El libro de los Proverbios de esta forma:
"Aparta de ti la lengua tramposa,
aleja de ti los labios falsos;
que tus ojos miren de frente
y tu mirada se dirija hacia delante;
fíjate dónde pones los pies,
que todos tus caminos estén firmes,
no te desvíes ni a derecha ni a izquierda,
aparta tus pasos del mal.
(...) Labio sincero dura largo tiempo,
lengua embustera sólo un instante.
(...) El Señor aborrece el labio embustero,
el hombre sincero obtiene su favor".
(Prov. 4, 24-27; 12, 19,22)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los mensajes de valientes anónimos no serán publicados en este blog.