El cuerpo es el lugar natural de la vida y del amor. Recibimos el cuerpo como un don, y en él recibimos también nuestra identidad sexuada y nuestra singularidad personal. Somos masculinos y femeninos en todo; también en nuestro modo de ser imagen de Dios.
La diferencia sexual es un don, pero también una tarea. No se trata sólo de un dato biológico; es, sobre todo, una realidad personal, la vocación propia de todo hombre. Ni la masculinidad ni la feminidad se entienden o se realizan de forma aislada, autónoma o individualista, y mucho menos en oposición, sino siempre en mutua relación. El Génesis afirma que el varón y la mujer fueron creados como ayuda semejante: ayuda mutua en el orden del ser y no tanto en el orden del actuar.
En la lógica de la fecundidad humana, es propio del varón ser origen y principio de la vida para la mujer y, a través de ella, para el hijo. El varón posee este principio de fecundidad no para sí, pues nunca llega a ser padre en sí mismo, sino siempre en relación a la mujer y al hijo. El varón nunca es principio de fecundidad sin la mediación de la mujer y sin la perfección del hijo.
Desconozco autoría y fecha de la pintura, pero no deja de ser toda una catequesis sobre el aspecto trinitario de la unión conyugal, donde reside su fundamento. La Santísima Trinidad es Familia. |
Ser padre es ser en total donación a la mujer y, a través de ella, al hijo. Que el esposo llega a ser padre significa que existe referido del todo a la esposa y, a través de ella, al hijo. Es padre en cuanto lo da todo a ellos. Su paternidad es a imagen y semejanza de la paternidad de Dios Padre, que en la Trinidad es aquel que posee la vida divina de modo fontal y originario. El Padre la posee siempre dándola a las otras dos personas divinas, y nunca recibiéndola, siempre en relación al Hijo y al Espíritu Santo, y nunca sin ellos. Y así, el Padre nunca es principio de todo sin el Hijo y sin el Espíritu Santo. El Padre nunca es en sí mismo, sino que siempre es en relación con las otras dos personas divinas. Así pues, es propio de lo masculino y del esposo llegar a ser padre, es decir, llegar a ser origen de la vida para la esposa y para el hijo, en modo análogo a como Dios Padre es origen de la vida para el Hijo y el Espíritu Santo.
Lo propio de la maternidad es hacer fecunda la masculinidad y hacer padre al varón. La mujer es madre porque acoge y recibe como un don la vida de los dos, del padre y del hijo, en modo análogo a como el Espíritu Santo recibe el don del Padre y del Hijo.
En todas las dimensiones de su ser, la mujer está hecha para acoger la vida del otro; pero no la acoge para sí, sino para entregarla hacia fuera, al modo como el Espíritu Santo acoge la vida del Padre y del Hijo para comunicarla en la Trinidad económica hacia fuera, a los hombres.
La fuerza espiritual de la mujer radica precisamente en su maternidad: en la vida que recibe y en la vida que, a su vez, ella da a los demás. Por eso, su vocación singular está especialmente orientada hacia la cultura de la vida y la civilización del amor.
Por Carmen Álvarez Alonso, profesora de la Universidad San Dámaso. Participante en la XV Semana de Teología de Asidonia-Jerez, cuyo tema ha sido La familia tiene futuro.
Publicado en alfayomega.es.
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El cuerpo humano, como don de Dios, y templo de la Santísima Trinidad, merecen todo el respeto. Es ahí cuando adquieren sentido el pudor y la modestia.
Publicado en alfayomega.es.
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El cuerpo humano, como don de Dios, y templo de la Santísima Trinidad, merecen todo el respeto. Es ahí cuando adquieren sentido el pudor y la modestia.
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