La segunda mitad del siglo xx
era más pertinaz que una sequía
de los años cuarenta.
Tenían -¿como no?-las Cinco Vías
de Tomás, el inmenso aventurero,
tenían los ocasos de Granada, el acorde
de octubre en los hayedos de Zuriza,
tenían a Audrey Hepburn (y a Raquel Welch), tenían
el Cervino, Florencia,
la Sexta Sinfonía de Beethoven,
el cielo azul -que es cielo y es azul-,
el silencioso grito de un minuto cualquiera
de la Madre Teresa de Calcuta...
Tropezaban con Dios en cada cosa:
un niño: Dios; una gaviota: Dios;
una mujer que dice «yo también»:
Dios; un buen verso: Dios. Pero eran ciegos,
sordos, inexplicables, y negaron a Dios como quien niega
el mar o las manzanas.
Miguel d'Ors.
No hay más ciego que quien no quiere ver, y estamos en una época llena de ciegos de corazón y alma. Un abrazo
ResponderEliminarOjalá no dejemos de ver. Un abrazo.
EliminarQué maravilla de poema.
ResponderEliminarGracias. Un beso.
Sí que lo es. Como todos los del autor.
EliminarGracias a ti por tu visita, amiga. Besos.