Para salir de “la crisis” … y de “las crisis”
Necesidad de una regeneración moral
El agobio económico de millones de personas en nuestro país es ya un hecho indiscutible, que va en aumento. Las voces de personas autorizadas pidiendo cambios profundos, también. Y no faltan las que no se limitan a señalar cambios en el ámbito financiero o laboral, sino que llegan más lejos y apuntan a causas más profundas, que si no se abordan decididamente no saldremos de “las crisis”, que en último término son la causa más importante de “la crisis”.
Esto no pretende ser un jeroglífico. La explicación es sencilla. Hay personas serias y competentes –de nuestro país y de otros países- que están convencidas de que la falta de valores morales es la raíz última del desastre económico en el que nos encontramos. Por ejemplo, el Presidente emérito del Parlamento Europeo, Hans-Gert Pöttering, ha comentado que Europa necesita una “renovación espiritual”. El Papa, en su encíclica Caritas in veritate ha dicho que el desarrollo integral “requiere una visión trascendente de la persona”; por el contrario, “los mesianismos de ilusiones vanas se basan en la negación de la dimensión trascendente de la persona”, y si se eclipsa a Dios, si se le aparta conscientemente de la vida de los hombres, el concepto de bien se disipa, se desvanece, se desfigura.
Las medidas económicas y laborales y de otros tipos que puedan adoptarse son necesarias, pero siempre requerirán hombres íntegros y competentes para llevarlas a cabo que inspiren confianza. Y también que valoren otros aspectos que son esenciales para el desarrollo integral de la persona, tales como la protección de la vida humana desde su concepción; el reconocimiento jurídico adecuado del matrimonio frente a otro tipo de uniones que no están basadas en la unión de un hombre y una mujer para toda la vida; el derecho de los padres a la educación moral y religiosa de sus hijos; el derecho a la libertad religiosa efectiva de todos los hombres, sin impedir la manifestación de la fe tanto en la vida privada como en la vida pública, y sin pretender imponer ninguna creencia ni ideología, sin confundir la aconfesionalidad del Estado con la imposición de un laicismo que niega el valor personal y social de la religión.
Mientras no salgamos de estas crisis motivadas por el fundamentalismo laicista y por la ideología de género, que empobrecen moralmente a la persona, no podrá haber una verdadera regeneración moral y por tanto no habrá garantías para evitar en lo sucesivo, y para superar ahora, las graves consecuencias a las que puede dar lugar una actitud irresponsable, con manifestaciones en muchos campos, y no sólo en el económico.
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