Bartolomé Esteban Murillo |
Y, cuando menos lo esperaba,
ocurrió. Y todo
fue tan sencillo
que no hay nada que decir ni
que contar.
Era, sí, el mediodía.
El cielo estaba tenso como un
mar sin orillas,
y no es que el aire fuera
transparente,
Y yo estaba allí,
suspendida en la luz,
sostenida por la mano de Aquel
a quien rezaba.
¿Rezar? ¡Ah, qué simple!
Bastaba con respirar para
hablarle,
el correr de los ríos de mi
sangre era un salmo,
y el corazón, latiendo, sonaba
como los timbales
del Templo de Jerusalén.
Y todo sin prodigios,
como maduran las frutas de los
ángeles.
Walter Rane Bendita tú eres entre todas las mujeres |
Y él vino entonces.
No sé muy bien si estuvo fuera
o sólo lo vi dentro.
Sé que estuvo
y oí su voz como se escucha el
viento.
¿Cómo era?, decís. ¿Y yo qué
sé?
No hay puntos de comparación.
No era un hombre, era más.
¿Era una fruta que al mismo
tiempo es pájaro?
No, era más, era más.
¿Era un relámpago vestido de
sumo sacerdote?
Era más, mucho más.
Era la suma de las sumas,
el mensajero de la
multiplicación
de las multiplicaciones.
Y habló.
Y dijo palabras que iban cayendo
sobre mí
como goterones de plomo
derretido.
Palabras que no sabría repetir,
pero que me empujaban a una
gran locura.
Yo tendría que crecer y crecer.
Desde arriba me estirarían el
alma,
porque el que iba a venir
era tan diminuto y tan grande,
que sólo cabría en mí y en todo
el universo.
Y todo aquello -¡qué bien lo
comprendí entonces!-
El alma no crece como se estira
la masa del pan en la tahona;
crece desangrándose,
estirando el corazón con los
siete caballos del misterio.
Creces sin entender
y empiezas a ser lo que tú
eras.
Sabes que Alguien será tu hijo,
pero nunca sabrás quién es ese
Alguien.
Y empiezas a sospechar
que este primer parto feliz
es tan sólo el ensayo de otro
más sangriento.
Pero ¿cómo decirle No?
¿Cómo negarle al Sol su derecho
a ser luz e iluminar?
¿Cómo regatear con Él,
ponerle condiciones,
pedirle garantías?
El amor es así: elegir sin
elección.
Alphonse Mucha: Madonna de las lilas, (detalle) |
Y «Hágase», le dije.
Y recuerdo que el ángel sonrió
como si acabase de quitarle un
gran peso de encima,
como si ahora pudiera ya
atreverse a regresar al cielo.
Y un pájaro cruzó tras la
ventana.
Y la tarde se puso como si el
Sol sangrase.
y el aire se llenó de
campanillas,
como si el mismo Dios estuviera
contento.
Martín Descalzo, J.L: Apócrifo
de María. Ed. Sígueme.
Maravilloso.
ResponderEliminarGracias.
Hágase.
ResponderEliminarLa anunciación me estremece. Narrada así, como por la Virgen, me ha encantado. Que el Señor nos ayude a pronunciar un FIAT cada día.
Un abrazo quartier