sábado, 25 de junio de 2011

Justicia social


Hace poco releía una entrevista al Prelado Javier Echevarría, en la que afirma: “Una buena formación intelectual, profesional, espiritual, ética, ayuda a inventar o descubrir mil formas de ejercitar la justicia en el trabajo ordinario y en todas las relaciones entre los hombres. Como obispo, considero esta tarea un reto pastoral apasionante”.
Por eso los cristianos, no podemos eludir jamás el compromiso personal en defensa de la justicia, de modo particular en aquellas manifestaciones más relacionadas con los derechos fundamentales de la persona: el derecho a la vida, al trabajo, a la educación, a la buena fama…

En su libro Amigos de Dios, San Josemaría deja escrito: “Hemos de sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder educarlos, a acceder a la cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y, en primer término, a conocer y amar a Dios con plena libertad”.
Hay una frase que solía repetir: “¡Todos somos iguales! Cada uno de vosotros valemos lo mismo, valemos la sangre de Cristo”.

En una ocasión se dirigía a un grupo de mujeres que estaban al frente de Montefalco, una labor social del Opus Dei en México, y les decía: “Hay que intensificar las labores con obreras y campesinas. Hemos de ayudarles a que adquieran la cultura necesaria para que puedan sacar de su trabajo más fruto material y lleguen a mantener la familia con mayor desahogo y dignidad. Para eso, no hay que hundir a los que están arriba… ¡pero no es justo que haya familias que estén siempre abajo!”. Es un horizonte claro de su concepto de la justicia social. Lo ha escrito y predicado siempre: “la solución no es que no haya ricos, sino que no haya pobres”.

No es casualidad que una de las homilías más conocidas de San Josemaría se titule “Amar al mundo apasionadamente” y que en sus escritos y vídeos se pueda apreciar su inquietud por promover una mayor justicia social a través de colegios, universidades, centros de estudios, clubes juveniles, dispensarios médicos, residencias de estudiantes, centros de formación profesional, etc.

Además, la justicia social no está circunscrita a las actividades de carácter asistencial, ni a un tipo de países, ni a determinados grupos de individuos. La justicia abarca todas las relaciones entre los hombres.
Por ese motivo, representará siempre una misión fundamental, de hombres y mujeres que vivan su fe de forma coherente en todas las profesiones: empresarios y trabajadores, políticos, maestros, funcionarios, abogados,... Nadie está exento de dicha responsabilidad.

domingo, 19 de junio de 2011

Sensatez

En 1919 el diario socialista de París «L’Humanité» publicó una carta dirigida por un padre a su hijo. Trataba de la enseñanza de la religión y fue escrita con tanta honradez, que contrasta con lo que se oye por aquí en estos tiempos de mucho sectarismo. Dice así:

«Querido hijo:
Me pides un justificativo que te exima de cursar la religión, un poco por tener la gloria de proceder de distinta manera que la mayor parte de tus condiscípulos, y temo que también un poco para parecer digno hijo de un hombre que no tiene convicciones religiosas. Este justificativo, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré jamás.
Te parecerá extraño este lenguaje después de haber oído tan bellas declaraciones sobre la libertad religiosa pero, ¿cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las que todo el mundo discute?
¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?
No es porque desee que seas clerical, a pesar de que no hay en esto ningún peligro, ni lo hay tampoco en que profeses las creencias que te expondrá el profesor.
Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, serás completamente libre; pero, tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, y no lo serían sin un estudio serio de la religión.

Dejemos a un lado la política y las discusiones, y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que debe tener un hombre de cierta posición.
Estudias mitología para comprender la historia y la civilización de los griegos y de los romanos, y ¿qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión, que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización?
En el arte, ¿qué serán para ti las obras maestras de la Edad Media y de los tiempos modernos, si no conoces el motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas contienen?

En las letras, ¿puedes dejar de conocer no sólo a Bossuet, Fenelón, Lacordaire, De Maistre, Veuillot y tantos otros que se ocuparon exclusivamente en cuestiones religiosas, sino también a Corneille, Racine, Hugo, en una palabra a todos estos grandes maestros que debieron al cristianismo sus más bellas inspiraciones?
Si se trata de derecho, de filosofía o de moral, ¿puedes ignorar la expresión más clara del Derecho Natural, la filosofía más extendida, la moral más sabia y más universal? —éste es el pensamiento de Rousseau.
Hasta en las ciencias naturales y matemáticas encontrarás la religión: Pascal y Newton eran cristianos fervientes; Ampère era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios y decía haber recobrado por la ciencia la fe de un bretón; Flammarion se entrega a fantasías teológicas. ¿Querrás tú condenarte a saltar páginas en todas tus lecturas y en todos tus estudios?
Hay que confesarlo: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; está en la base de la civilización, y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras.

Ya que hablo de educación: para ser un joven bien educado, ¿es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia?
Sólo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las practican fielmente, y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta.
No fijándome sino en la cortesía, hay que convenir en la necesidad de conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas.
Si no estamos obligados a imitarlas, debemos, por lo menos, comprenderlas, para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia que les son debidas. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin nociones religiosas.
Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad, exige la facultad de poder obrar en sentido contrario.

Querido hijo: convéncete de lo que te digo: muchos tienen interés en que los demás desconozcan la religión, pero todo el mundo desea conocerla. En cuanto a la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan los hechos y el sentido común. Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa; su conducta prueba que han conservado toda su libertad.
Te sorprenderá esta carta, pero precisa, hijo mío, que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso podría excusarme de esa obligación”