viernes, 25 de julio de 2014

A solas, frente a un mar de Sorolla

Por Eva Fernández en alfayomega.es

Si sabes escuchar, los cuadros te susurran. En más de una ocasión habrás sentido la experiencia de dejarte atrapar por una pintura, que te obliga a guardar silencio para que ningún ruido exterior entorpezca esa emoción única que produce el encuentro fortuito con una obra de arte. 

Mirar el mar a través de los ojos de Sorolla significa sentir el movimiento de las olas, escuchar el chapoteo de los niños en la orilla, tocar las redes de los pescadores, rozar el blanco de las damas paseando por la arena y hasta oler la sal que parece envolver la espuma que sube y baja con las mareas. 

   

El mar, siempre el mar. Un tema esencial en la pintura de este pintor valenciano, cuya obra se expone ahora en Caixa Forum Barcelona, hasta el próximo 14 de septiembre. La muestra se titula Sorolla, el color del mar, y refleja la historia de la pasión que el pintor siempre sintió por la paleta de colores que la luz despliega en las playas mediterráneas, o cantábricas, a distintas horas del día.

La contemplación de cualquiera de las marinas de Sorolla ha de ser necesariamente lenta, para que dé tiempo a sentir todo lo que su autor quería contarnos en sus pinceladas. Sólo así descubriremos que la belleza toca nuestra alma y la engrandece. Imposible no quedar enganchado ante ese azul del mar y no pensar en el Misterio. En ese momento, se descubre que una obra de arte tiene algo de sagrado. La belleza conmociona y trasciende. Alegra y eleva el corazón. Transforma el ánimo y facilita la oración.


Corriendo por la playa, 1908

En 1900, Joaquín Sorolla se encontraba en el apogeo de su carrera. En la Exposición Universal de París, recibió el premio más codiciado para los artistas de la época: el Grand Prix. Claude Monet fue el elegido para entregarle el galardón y, ante todos los impresionistas del momento, lo situó entre los grandes: «Es el maestro de la luz».

Niña en un mar de plata, 1909

Quien visite esta exposición -que viajará próximamente a Palma de Mallorca y a Zaragoza- podrá descubrir que no existe un solo reflejo de los tonos que la luz vuelca sobre el mar, que no haya sido recogido por el pincel de Sorolla. Para conseguirlo, se fijó en el agua, un elemento muy difícil de observar y de reproducir, porque siempre está cambiando, y puso todo su empeño en mostrar una imagen del mar que se aproximara al máximo a la impresión que tiene el ojo humano, incluyendo los reflejos, las transparencias y la distorsión que sufren los cuerpos dentro del agua.

Clotilde y Elena en las rocas de Javea, 1905

En contraste con el mar, el ropaje blanco de su mujer, protagonista de muchas de sus pinturas, nos revela otra de las pasiones de Sorolla: su familia. Cuando viajaba, escribía a su casa hasta dos veces al día. En una carta a su mujer, Clotilde García del Castillo, mientras se encontraba en Sevilla, le decía:
«Ya te he contado mi vida de hoy, es monótona, pero qué hacerle, siempre te digo lo mismo, pintar y amarte, eso es todo, ¿te parece poco?» 
La frase resume de alguna manera la biografía de Sorolla, un artista familiar, entregado a su trabajo apasionadamente. El mar, el sol, la luz... Seguro que algún día de este verano tendrás la oportunidad de sentarte frente al mar y comprobarás que sana, restaura el ánimo y nos abraza en su inmensidad. Como la vida. Como un cuadro de Sorolla.

Clotilde en la playa, 1903