miércoles, 31 de diciembre de 2014

Burrito santo

Joseph Brickey: Camino de Belén.

Borriquito blando de la Virgen María,
manso borriquito que llevó a Jesús
con su Santa Madre que al Egipto huía
una noche negra sin astros ni luz.

Tiziano: Huída a Egipto, 1507. Museo Hermitage.
 
¡Lindo borriquito de luciente lomo!:
hasta el niño mío te venera ya,
y dice, mirando tu imagen en cromo:
–¿Es el de la Virgen que hacia Egipto va?
¡Dulce borriquito, todo mansedumbre!:
nunca a tus pupilas asomó el vislumbre
más fugaz y leve del orgullo atroz;
y eso que una noche sin luna ni estrellas 
por largos caminos dejaste tus huellas, 
¡llevando la carga sagrada de un Dios! 

(Juana de Ibarbourou, 1892-1979)

Domenico Fetti (1589-1623): Huida a Egipto.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Glosa



Sin arrimo y con arrimo,
sin luz y a oscuras viviendo,
todo me voy consumiendo.

1. Mi alma está desasida
de toda cosa criada,
y sobre sí levantada,
y en una sabrosa vida
sólo en su Dios arrimada.
Por eso ya se dirá
la cosa que más estimo,
que mi alma se ve ya
sin arrimo y con arrimo.

2. Y, aunque tinieblas padezco
en esta vida mortal,
no es tan crecido mi mal,
porque, si de luz carezco,
tengo vida celestial;
porque el amor da tal vida,
cuando más ciego va siendo,
que tiene al alma rendida,
sin luz y a oscuras viviendo.

3. Hace tal obra el amor 
después que le conocí, 
que, si hay bien o mal en mí, 
todo lo hace de un sabor, 
y al alma transforma en sí; 
y así, en su llama sabrosa, 
la cual en mí estoy sintiendo, 
apriesa, sin quedar cosa, 
todo me voy consumiendo. 

San Juan de la Cruz

 

viernes, 5 de diciembre de 2014

Suave coloquio



Había muerto yo por la Belleza;
me cercaban silencio y soledad,
cuando dejaron cerca de mi huesa
a alguno que murió por la Verdad.

En el suave coloquio que entablamos,
vecinos en la lúgubre heredad,
me dijo y comprendí: somos hermanos
una son la Belleza y la Verdad.

Y así, bajo la noche, tras la piedra, 
dialogó nuestra diáfana hermandad 
hasta que el rostro nos cubrió la yedra 
y los nombres borró la eternidad.

Emily Dickinson