viernes, 31 de julio de 2015

El piloto que desapareció una noche estrellada

31 de julio, aniversario de la muerte de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito 


Por Chema Alejos en www.alfayomega.es

Aviador, aventurero, escritor, reportero, pintor… y añadiría filósofo, educador y buscador de la verdad: Antoine de Saint-Exupéry ha pasado a la historia como autor de El Principito, obra archiconocida que muchos citan y no tantos comprenden, quedando el resto de su producción literaria a la sombra. Toda su obra, más que páginas de aventuras de pilotos, es un manual para despertar y aprender a mirar lo esencial.  

En su biografía uno descubre a un hombre lleno de conflictos y al mismo tiempo a un auténtico genio. El origen de su tormento es la desproporción entre su deseo de bien, verdad y belleza y su incapacidad de plasmarlo en la vida. Busca en su interior aquel tiempo en el que la vida respondía al propio deseo y lo encuentra en su niñez: ojos sin prejuicios y abiertos al misterio. «Cuando era muchachito vivía yo en una antigua casa y la leyenda contaba que allí había un tesoro escondido. Sin duda, nadie supo descubrirlo y quizá nadie lo buscó. Pero encantaba toda la casa. Mi casa guardaba un secreto en el fondo del corazón». 

 No es accidental que un niño sea quien eduque la mirada al piloto que pinta elefantes dentro de boas: «He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos»

Esta máxima nos recuerda a otro francés, Pascal. «El corazón tiene razones que la razón no entiende». Pascal parece que opone corazón y razón, como si uno no entendiera al otro. En Saint-Exupéry el corazón es integrador. Marca el límite, la miopía de aquellos que no se abren a la realidad en su totalidad. Como la casa de su infancia que esconde un tesoro, la realidad guarda una esencia, una belleza, un sentido último. Hay que poner en juego la dimensión total del hombre, mirar con el corazón, para asomarse al misterio que envuelve el mundo. 

El hombre es un nudo de relaciones 

Para nuestro escritor la felicidad no radica en hacer, sino en ser. «Antes que hombre feliz, es preciso que sea hombre». ¿Qué es ser hombre? «El hombre es un nudo de relaciones». Lo que nos define son los vínculos con la realidad, que son invisibles. Por esto, «el hombre tarda mucho en nacer», nuestro «pasado entero es sólo nacimiento de hoy». Y lo que construye nuestra realidad humana es cómo nos relacionamos con el mundo. «Lo que causa tus sufrimientos más graves es lo mismo que te aporta tus alegrías más altas. Porque sufrimientos y alegrías son frutos de tus lazos». 

Estos lazos son los que nos hacen ser. Pero no sólo en las relaciones humanas, sino también los lazos que establecemos con los bienes materiales, con la tradición y los valores, con Dios o con el trabajo, cuyo sentido es la edificación del hombre en cuanto que ayuda a mantener y construir vínculos entre los demás. En su caso, crear y mantener los vínculos fue explícito por su labor como piloto postal.

«Únicamente seremos felices cuando cobremos conciencia de nuestro papel, incluso aunque nos corresponda el más oscuro. Únicamente entonces podremos vivir en paz y morir en paz, porque el que da sentido a la vida, da un sentido a la muerte». 

La última decisión de Saint-Exupéry fue consecuente con esto. Tomó conciencia de su papel en plena II Guerra Mundial y puso en juego todos sus dones para llevar a cabo su ideal, el sentido de su existencia. Como escritor quiso reconciliar a los franceses en su Carta al General X, y como piloto se alistó en el ejército aliado. 
El 31 de julio de 1944, con 43 años, siendo el más viejo de su escuadrón, fue asignado a una misión de reconocimiento del avance de tropas alemanas. Despegó de la base aérea de Córcega y nunca más regresó. Desapareció en una noche estrellada como aquel Principito que le devolvió el sentido de su existencia.


jueves, 23 de julio de 2015

Happy days


Afternoon fun



Amandiño 

 Amando, Amandiño, que eras de Corredoira, 
cómo vuelve esta noche, con qué mágica luz, 
aquel baño silvestre, y nuestras cabriolas 
desnudas por el prado salpicado de bostas, 
y aquella canción tuya, amigo agreste, bucanero de siete años 
-«Ay, ay, ay, bendito es el borracho»-, 
bajando por las hondas carballeiras 
desmedida, insistente y en pelotas. 
De aquel verano todo se ha perdido 
menos aquella hora 
maravillosamente sediciosa. 

 Después tú te quedaste por tu mundo, libre de calendarios; 
yo me adentré en el olor intacto de los nuevos libros. 
De ellos salía el camino que -cursos, gentes ciudades- 
me ha traído hasta esto. 

Y ahora que contemplo mi vida 
y me vienen ganas de darle una limosna,
le pregunto a los años 
qué habrá sido de ti, Amandiño, amigo de un verano; 

qué habrá sido de mí.

Miguel d'Ors


Cold feet

Happy days



The waters fine


martes, 21 de julio de 2015

Dignos por Él

Catecismo de la Iglesia Católica:

1702. La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unidad de las personas divinas entre sí (cf. Capítulo segundo). 

1703. Dotada de un alma “espiritual e inmortal” (GS 14), la persona humana es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”(GS 24, 3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna.” 

1704. La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf GS 15, 2). 

1705. En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad, “signo eminente de la imagen divina” (GS 17).

lunes, 13 de julio de 2015

Borges y un Ave María

(Autor: Pablo Caruso, en lagaceta.es).

Doña Leonor, madre de J.L. Borges:
 -"Hijo, ¿qué es eso que he oído por ahí, que eres agnóstico? 
¿De verdad dudas de la existencia de Dios?".

El escritor se percató de que sus dudas de fe hacían sufrir a la persona que más amaba, su madre. 

Alguien que conozco dice que la duda es la jactancia de los intelectuales. Supongo que lo pensó después de haber oído a Jorge Luis Borges, cuando alguna vez se le preguntaba sobre la vida después de la muerte.

Borges, al menos es lo que decía, dudaba de la trascendencia del hombre. La duda es uno de los nombres de la inteligencia. No afirmo ni niego, pero espero que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno, respondía. Y se quedaba tan campante.

Eran frases de una personalidad magnética, brillante y contradictoria que hacían las delicias de los habitantes de ciertos cenáculos. ¿Y qué puede decirnos Borges sobre las drogas? ¿Probó alguna sustancia prohibida? Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son El Quijote, La Divina Comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente.

Ácido y ríspido. Los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles, decía en alguna ocasión, lo cual le trajo alguna humillación laboral. Así era Borges.
En algún momento, este genial escritor de la lengua castellana del siglo XX se percató de que algunas afirmaciones referentes a la fe hacían sufrir a la persona que más amó en este mundo: su madre.
Doña Leonor Acevedo era una dama dotada de un ingenio y una picardía —de la buena— que heredó y cultivó con entusiasmo su hijo. Él veneraba a su madre y sufría lo indecible cuando algo o alguien molestaba la tranquilidad de doña Leonor. Eran años de cobardes bombas y amenazas perturbadoras.

El teléfono sonó a horas angustiantes: “Te vamos a matar a vos y a tu hijo”, dijo la voz. Doña
"El alma de María". Méjico, s. XIX.
Leonor
, ya postrada, le dijo con toda tranquilidad: Vea señor, tengo más de 90 años y si no se apura en cumplir su amenaza, por ahí me muero antes. Y se quedó en paz.
Sin embargo, hubo una vez que el espíritu de doña Leonor se inquietó. Aunque lo sabía, escuchar de los labios de su hijo que se declaraba agnóstico hizo que su corazón le advirtiera de una amenaza mucho más letal que una bomba. La salvación eterna de su hijo la perturbaba. Tenía que hacer algo. Y lo hizo.

A veces, muy de vez en cuando, en el lugar y tiempo menos pensado, el escriba se encuentra una “estrella en el aljibe”, como decía un maestro de periodistas. No sé yo si éste es el caso, pero quiero contarlo. El que esto escribe fue a visitar a su anciano amigo sacerdote, cuyo corazón ya está muy gastado: apenas le quedan unos latidos y los utiliza para seguir rezando a fin de terminar el “buen combate”. "No estoy retirado", me aclaró.

Un sacerdote nunca se retira, sino que está junto con otros hermanos sacerdotes, en una casa muy acogedora, esperando impaciente ver el rostro de su Señor.
La sombra relajante del frondoso tilo hizo más fácil la deliciosa conversación o monólogo —en mi beneficio, claro está— de este hombre de Dios.

Tampoco sabría yo precisar por qué derivó la conversación hacia la madre del mundialmente celebrado escritor argentino. ¿Sabes?, me dijo mi amigo, "me gustaría que lo cuentes". "Hazlo con delicadeza, pero cuéntalo". Ella, doña Leonor, amaba a ese hijo y su primera preocupación era su alma, por tanto, rezó mucho por este asunto. Un día decidió sacar este tema. "Hijo, ¿qué es eso que he oído por ahí, que eres agnóstico? ¿De verdad dudas de la existencia de Dios?".
La directa pregunta de doña Leonor logró hacer tartamudear más de lo habitual al escritor, eterno candidato al premio Nobel de Literatura.
- "Lo que pasa, madre, es que el infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto", respondió el autor del El Aleph.
Entonces, doña Leonor le tomó la mano y le susurró:
- "Prométeme que recitarás un Ave María todas las noches. Te pido que lo hagas cuando te retires a dormir. Hazlo, aunque yo no esté físicamente a tu lado, como si me dieras a mí el beso de las buenas noches".
- "Sabes, madre, yo creo que es mejor pensar que Dios no acepta sobornos".
Doña Leonor se quedó un rato en silencio.
- "Entonces, tengo que admitir que me has sobornado muchas veces". "Lo has hecho cuando me dabas un beso antes de pedirme algo que querías".
Borges sonrió.

Tiempo después, el escritor admitió a un amigo suyo que, por amor a su madre, nunca se había olvidado de recitar todas las noches esa sencilla oración mariana. Jorge Luis Borges murió en Ginebra el 14 de junio de 1986, a los 87 años. Ante la sorpresa de las pocas personas que le rodeaban en su lecho de muerte, pidió ver a un sacerdote católico. Así se hizo. Esto que hoy cuento ocurrió hace algunos años. Mi anciano amigo sacerdote nunca me dijo cuándo lo debía contar. Quiero hacerlo hoy y no sé por qué. Voces y caras extrañas vendrán seguramente a desmentirme… ¿Y qué?


sábado, 4 de julio de 2015

Tiempo de vals



Oda al vals sobre las olas

Viejo vals, estás vivo
latiendo
suavemente
no a la manera
de un corazón enterrado,
sino como el olor
de una planta profunda,
tal vez como el aroma
del olvido.

No conozco
los
signos de la música,
ni sus libros sagrados,
soy un
pobre poeta
de las calles
y sólo
vivo y muero
cuando
de los sonidos enlutados
emerge sobre un mar de madreselva
la miel
antigua,
el baile coronado
por un ramo celeste de palmeras.

¡Oh, por las enramadas,
en la arena
de aquella costa,
bajo aquella luna,
bailar contigo el vals
de las espumas
apretando tu talle
y a la sombra
del cielo y su navío
besar sobre tus párpados tus ojos
despertando
el rocío
dormido en el jazmín fosforescente!

¡Oh, vals de labios puros
entreabiertos
al vaivén
amoroso
de las olas,
oh corazón
antiguo levantado
en la nave
de la música, 
oh vals 
hecho 
de humo, 
de palomas, 
de nada, que vives 
sin embargo 
como una cuerda fina, 
indestructible, 
trenzada con 
recuerdos imprecisos, 
con soledad, con tierra, 
con jardines! 

¡Bailar contigo, amor, 
a la fragante 
luz 
de aquella luna, 
de aquella antigua 
luna, 
besar, besar tu frente 
mientras rueda 
aquella música 
sobre las olas!

Pablo Neruda