lunes, 8 de febrero de 2016

La cuestión feminista

Por Jutta Burggraf. Publicado en Arvo.net.

Injusticias del pasado 

En el siglo XVIII, por ejemplo, se podía afirmar sin miedo alguno a recibir una silba: “Una mujer que piensa es tan repugnante como un varón que se maquilla”.(G. E. LESSING). Parece, de hecho, que el despliegue de la personalidad femenina se limitaba entonces a expresarse encima, y no con la cabeza. 
Conocemos, quizá, las pinturas de la época en las que se presentaban las mujeres con enormes cofias bordadas. (H. WESTHOFF-KRUMMACHER). Encima de las cabezas llegaban a darse verdaderas explosiones de creatividad. 

Franz Xaver Simm (1853–1918): La bordadora.

El ama de casa exhibía sus virtudes de laboriosidad, limpieza y habilidad manual a través del tocado, teniendo la cofia un alto valor comunicativo. Mostraba lo bien que las mujeres podían coser y bordar. Al fin y al cabo, encima de su cabeza es donde la mujer llevaba su completa educación, siendo el último toque el devocionario entre las manos. Sólo así se cumplía con la obligación de ser el orgullo y honor de su marido. 

Durante siglos, los varones realmente no tomaron demasiado en serio a las mujeres, y durante milenios las despreciaron. Algunos afirman que la miseria comenzó ya en las antiguas civilizaciones. Fue entonces cuando Aristóteles erigió la tesis de que la naturaleza había creado algunos individuos para que éstos mandasen sobre los demás, y otros para que les obedeciesen. Entre los primeros estarían, por supuesto, los varones, entre los segundos las mujeres. Desde entonces, se dice, los varones se envanecieron… 

Algunas personas sensatas amonestan que no debemos exagerar. La vida es en verdad más amplia, más rica, tiene más matices. Durante el transcurso de la historia, a las mujeres no sólo se les maltrató, sino también se les honró, no sólo las despreciaron, sino también las amaron. A la inversa, también hubo casos de varones ofendidos por mujeres, y no pocas veces, éstas se valieron para ello de cualquier fingimiento, chantaje y tormento oculto. 

Yo, francamente, no creo que sea posible leer toda nuestra historia cultural como una novela policíaca en la que exclusivamente las pobres mujeres son las oprimidas, humilladas, ridiculizadas y maltratadas por los varones malos, consiguiendo, finalmente, liberarse de ellos. Gran parte de las tensiones entre varones y mujeres son indudablemente de carácter bilateral y personal. Pero, aparte de esto, no podemos negar una clara infravaloración del sexo femenino que se ha plasmado mundialmente en innumerables convenciones y normas sociales. Pienso que ha habido evoluciones enormemente equivocadas precisamente en los últimos trescientos años. 

 Las primeras reacciones de las mujeres 

Es de agradecer que, al irrumpir la Revolución Francesa, algunas mujeres inteligentes supieron darse cuenta de que los derechos humanos tan ensalzados beneficiaban tan solo a los varones. De ahí que Olympe Marie de Gouges redactara en septiembre de 1791 la famosa
Declaración de los derechos de la mujer”, entregada a la Asamblea Nacional para su aprobación. Detrás de ella había un gran número de mujeres organizadas en asociaciones femeninas. Se definían a sí mismas como seres humanos y ciudadanas, y proclamaban sus reivindicaciones políticas y económicas. Es interesante, por ejemplo, el artículo VII de esta declaración, que reza: “Para las mujeres no existe ningún régimen especial: se les acusa, se les mete en prisión y permanecen en ella, si así lo prevé la ley. Las mujeres están sometidas de la misma manera que los varones a las idénticas leyes penales.” 
El artículo X es aún más preciso: “La mujer tiene el derecho a subir al patíbulo.”  

Las mujeres no querían seguir sin voz ni voto, preferían que se les castigara e incluso padecer la muerte, antes de ser consideradas esclavas y seres sin responsabilidad. Desgraciadamente, Olympe de Gouges fue degollada, y junto con ella otras muchas mujeres famosas. Se les prohibió reunirse a las mujeres bajo pena de cárcel y sus asociaciones fueron disueltas a la fuerza. Su misión, por lo pronto, parecía haber fracasado. En cambio, las mujeres no se resignaron. En Inglaterra comenzaron a fundar un llamado “movimiento contra la esclavitud”. Partían de la base de que también se les tenía que conceder los derechos de sufragio y ciudadanía, igual que se había hecho con los antiguos esclavos. Una de las protagonistas exclamó: “Todo el sexo femenino ha sido despojado de su dignidad. Se le pone a una misma altura con las flores cuyo cometido es sólo el de adornar la tierra.” (M. WOLLSTONECRAFT

No vamos a ver ahora las luchas feministas con sus logros y recaídas. En el siglo XX las mujeres consiguieron por fin ser admitidas, de modo oficial, en la enseñanza superior y en las universidades y alcanzaron la igualdad política, al menos según la ley. Pero esto vale sólo para el mundo occidental. En muchos países de África y Asia falta todavía mucho para llegar a esta meta; allí las mujeres, con frecuencia, siguen estando lejos de poder realizar un trabajo en condiciones humanas. Y aún donde han conseguido una igualdad en la vida pública –como es el caso de América y Europa–, quedan todavía numerosos estereotipos y prejuicios por eliminar. 

 Valor idéntico de los sexos 

A pesar de ello tenemos hoy, en principio, conciencia clara de que la posición de la mujer está al lado del varón; no es inferior ni tampoco superior a él. Mirando al pasado, el Papa Juan Pablo II ha pedido perdón, reiterada y públicamente, por las injusticias cometidas contra las mujeres por parte de los varones cristianos. (JUAN PABLO II: Carta a las mujeres, 3.) Eso me da confianza. Me llena de alegría, además, que podemos encontrar a personas singulares, en todas las épocas, que no tenían problemas con la “cuestión femenina”. 

Ciertamente, no es la revolución feminista la que tiene que convencer a un cristiano del valor idéntico de los sexos. Basta echar una mirada al primer libro de la Biblia que narra la creación del mundo.(Génesis 1,27). Allí se puede leer inequívocamente que Dios creó al hombre –varón y mujer– a su imagen y semejanza. Esto significa que ambos sexos tienen una misma imagen de su origen; la dignidad de ambos está fundamentada en Dios. Tanto el varón como la mujer tienen una interioridad y profundidad propias, con la posibilidad de comprender el mundo, de ser creativos y de desarrollarse en libertad. El “ser imagen de Dios”, no es introducido al ser humano desde fuera, no es algo yuxtapuesto, sino que constituye su estructura esencial. No creó Dios primero al hombre, para luego imprimirle su imagen. El varón y la mujer no tienen una imagen de Dios en sí; son, desde un principio, en su unidad de cuerpo y espiritualidad, imagen divina. 

La mujer, en consecuencia, no es un ser definido en relación al varón. Ella tiene valor y dignidad por sí misma, no los recibe de otro. No es sólo “la hija del presidente” o “la madre del arquitecto”. Puede ser ella misma presidenta o arquitecta. El relato de la creación de una costilla común reafirma lo señalado, (Génesis 2, 18-25) pues no es ninguna “prueba” de la subordinación de la mujer, sino una expresión de la igualdad de los sexos, que han sido hechos de la misma “materia”. 

Al comienzo de la historia humana, Adán y Eva están juntos, uno al lado del otro y frente a Dios, con igual libertad, valor y responsabilidad. Ambos poseen una última y exclusiva relación inmediata con Dios; y a ambos les fue confiado el gobierno de la tierra como tarea común. El doble encargo de administrar los bienes y de procurar descendencia fue dado a los dos, no recibió Adán el primero y Eva el segundo. Esto quiere decir, en concreto, que ambos, varón y mujer, han de compaginar las exigencias de su trabajo profesional con la necesaria dedicación a la familia.


viernes, 5 de febrero de 2016

Las trampas del cambio de sexo en menores

Por Luis Luque, 1 febrero 2016, en aceprensa.com

¿Qué hacer si un niño o adolescente presenta la hoy llamada disforia de género, o trastorno de identidad sexual? Algunos colectivos reclaman que se le otorgue el cambio de sexo inmediato, para que figure y se le considere a todos los efectos como persona del sexo con que se identifica. Pero las prisas pueden ser muy desaconsejables en un asunto tan delicado. De lo que se trataría sería de hacer desaparecer los límites mínimos de edad establecidos para que un chico o chica con disforia de género accediera a los tratamientos con hormonas del sexo contrario, con el fin de acelerar el proceso de adopción de la nueva identidad. 

En Suecia, a principios de 2015, la Federación Sueca por los Derechos de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (RFSL) entregó al gobierno un informe en el que aconsejaba eliminar el tratamiento médico o psicológico de los menores de edad previamente a su cambio de sexo legal. 

Los datos de persistencia indican que entre el 80 y el 95% de niños que dicen sentirse del sexo contrario, no seguirá experimentando el trastorno tras la adolescencia.
Lo que pretenden, además, es que adolescentes de 15 años puedan someterse a la intervención quirúrgica sin contar con el consentimiento de los padres, y que los de 12 años puedan hacerlo con el consentimiento de solo uno de ellos. Si el otro se negara, el gobierno podría tomar su voz y decidir. La iniciativa, de ser aprobada en todos sus puntos por el gabinete sueco, podría convertirse ley de modo ya inminente.

También en España se querría presionar el acelerador: “Las personas tienen derecho a vivir la infancia con arreglo a su identidad sexual y no tienen por qué exponer su situación ante nadie, pero el Estado decide qué se hace con el niño”, lamenta Javier Maldonado, miembro de la directiva de Chrysallis, asociación española que agrupa a familias de menores con trastorno de identidad de género. “Una injerencia –añade–: no le permite el cambio de nombre, ni de género, ni la hormonación. No le permite nada, porque es un menor. No hay una ley integral que permita rectificar el error registral cuando nació, o que acoja su derecho a recibir tratamiento hormonal antes de que empiece su desarrollo”
Sin embargo, varias experiencias demuestran que la existencia del individuo tras el “cambio de sexo” no es exactamente idílica, y que surge, no pocas veces, el deseo de volverse atrás. 

Del diagnóstico errado, al arrepentimiento 

En un artículo de la Revista Española de Endocrinología Pediátrica, el Dr. Felipe Hurtado Murillo describe las tres fases de las que consta el protocolo del proceso de cambio de sexo: la psicológica, la hormonal y la quirúrgica, y concede una particular importancia a la primera, de diagnóstico y evaluación psicológica del menor, para poder establecer que este no esté sufriendo un trastorno diferente al propiamente calificado como de identidad de género. Porque existen varios: travestismo fetichista, travestismo no fetichista, orientación sexual egodistónica, trastorno de la maduración sexual, trastorno por aversión al sexo, etc. En tal sentido, el Dr. Hurtado advierte: “Un diagnóstico equivocado es un factor predictivo de arrepentimiento posterior tras el tratamiento de reasignación sexual”. “La cantidad de personas que retoman su identidad de género original no se conoce, porque la mayoría de los que se arrepienten no se someten a otra cirugía de sentido inverso”. 

Una vez culminada la etapa de evaluación, y comprobada la persistencia de la disforia de género, se inicia una terapia encaminada a disminuir sus niveles de esteroides sexuales y evitar que aparezcan los caracteres sexuales secundarios. Son los llamados bloqueadores hormonales, que congelarían el natural desarrollo del adolescente según su sexo físico, aunque el organismo podría retomarlo si se le dejaran de suministrar esos esteroides. 

A partir de los 16, sin embargo, el asunto cobra otras dimensiones, pues la terapia pasa a ser la aplicación al individuo de hormonas de sexo cruzado, que terminan marcando el sistema reproductivo de los menores por el resto de sus vidas. De hecho, una de las consecuencias de este tratamiento es la esterilidad, que puede ser irreversible. Quizás por ello, la Sociedad de Endocrinología de EE.UU. afirma que este tratamiento no debe aplicarse a menores de 16 años, un criterio en el que coinciden sus pares de Holanda, Australia y Países Bajos. 

El propio Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (GIDSEEN), que de hecho aconseja el tratamiento hormonal a partir de los 16 años, recomienda que sean equipos multidisciplinarios los que se encarguen de identificar el fenómeno de la disforia en cada caso de estudio antes de proceder hormonal y quirúrgicamente. 
He aquí lo que explican en su reciente Documento de Posicionamiento: “La persistencia (de la disforia de género) en niños es claramente menor que en adultos. Los datos de persistencia indican que una gran mayoría (80-95%) de niños prepuberales que dicen sentirse del sexo contrario al de nacimiento, no seguirá experimentando tras la pubertad la disforia de género, dificultando con ello el establecimiento de un diagnóstico definitivo en la adolescencia”. 

“Como si viviera una mentira” 

Que detrás de los deseos no siempre hay la madurez necesaria para darles paso a las hormonas y al bisturí, lo ilustra el caso del británico Mathew Attonley, de 30 años, quien por mucho tiempo deseó ardientemente ser Chelsea, y en 2008, con 23 años, se sometió a una intervención de cambio de sexo, valorada en 10.000 libras con cargo al NHS (el sistema de salud pública), para ganar su nueva apariencia. Hoy se declara “agotado”, harto de calzarse zapatos de tacón alto y ponerse maquillaje: “Pensé que la cirugía me haría sentir completo, pero no fue así –narra, citado por el rotativo The Daily Mail–. Sabía muy adentro que, incluso si me sometía a la cirugía, todavía sería alguien que había nacido como hombre, pero hice lo mejor que pude para bloquear mis sentimientos”
En este momento, Mattew busca que el NHS asuma el pago de 14.000 libras de una terapia para reducirle nuevamente los pechos y una intervención de reconstrucción del pene. “Siempre sentí que era una mujer, pero ninguna cantidad de cirugías puede darme un cuerpo realmente femenino, y es como si estuviera viviendo una mentira”

Lo mismo le sucedió al estadounidense Walt Heyer: estaba casado y era padre de dos hijos, pero en 1984, a los 42 años, y mientras pasaba por el proceso de hormonación con estrógenos, tomó la decisión de cambiar quirúrgicamente de sexo y pasar a ser Laura Jensen. Su disforia había comenzado muy temprano, a los 4 años; de hecho, ya su abuela lo vestía como una chica. Pero tras vivir 8 años como transexual, se sometió a una nueva operación, esta vez para eliminar los rasgos físicos femeninos de que le habían dotado artificialmente. 

El trastorno de identidad de género no parece asociado a ninguna mutación de ninguno de los principales genes involucrados en la diferenciación sexual, según un estudio “La mayoría de los chicos (con disforia) están siendo animados por sus padres, que no son conscientes de las consecuencias a largo plazo y del daño físico y psicológico que sufrirán durante toda su vida”, explica Heyer a Aceprensa. “Hay una prisa innecesaria por manipular el proceso natural del desarrollo del niño, que puede resultar muy dañina para él. Desde hace mucho tiempo (1979), los médicos recomiendan abstenerse de cualquier tratamiento con hormonas de género cruzado hasta que el individuo llegue a la edad de 18 años, e incluso 21”

¿Existe en EE.UU. alguna estadística sobre el número de personas que hacen el “camino de vuelta”?, inquiero. 
La cantidad de personas que retoman su identidad de género original no se conoce, porque la gran mayoría de los que se arrepienten y retoman su vida no se someten a otra cirugía ‘de sentido inverso’, pues ni sus sentimientos ni sus funciones pueden ser totalmente restaurados. Han perdido partes del cuerpo. La verdad es que la pérdida de funciones y de sentimientos es absolutamente irreversible tras una intervención quirúrgica”

Sin trasfondo hormonal ni genético 

Cuando en octubre pasado la feminista australiana Germaine Greer se posicionó contra el cambio hormonal y quirúrgico del sexo masculino al femenino, escandalizó a no pocos abanderados de la ideología de género. Su “pecado” fue afirmar que las mujeres transexuales no llegarían jamás a ser realmente mujeres, sino solo una interpretación masculina de la feminidad. “Si le pidiera a mi médico que me implantara orejas largas (…), y si me vistiera con un abrigo marrón, eso no me convertiría en un cocker spaniel”, ironizó. 

En el mismo sentido va el testimonio del propio Walt Heyer en The Federalist: “Mi sexo biológico no cambió, con independencia de a cuántos procedimientos me sometiera o de cuántas hormonas tomara. Mi vida no volvió a ser la misma y mi cuerpo quedó mutilado para siempre”. 

En cuanto trastorno de autoaceptación, el de identidad de género es semejante a la bulimia y la anorexia Y en esto radica, pues, el quid de la cuestión: en que el dictado del sentimiento no modifica la realidad biológica, y es más arduo de lo que se cree hallar a alguien que habite en un “cuerpo equivocado”. 
Un estudio efectuado en 2013 por la Universidad La Sapienza lo avala. El objetivo era evaluar el perfil hormonal y genético de transexuales de hombre a mujer, para lo que se tomó una muestra de 30 individuos de entre 24 y 39 años, todos ya sometidos a terapias hormonales con estrógenos y antiandrógenos. Tras los análisis de rigor, el equipo investigador pudo concluir que el trastorno de género “no parece estar asociado a ninguna mutación molecular de ninguno de los genes principales involucrados en la diferenciación sexual”

Un desorden de autoaceptación 

El fenómeno presenta muchos signos que delatan una arista psicológica, solo que los grupos LGTB, con vistas a normalizar las terapias trans, intentan quitar todo viso de desorden psiquiátrico a esta condición y eliminar toda referencia lingüística “patologizante” sobre ella. Expertos en el tema insisten, por su parte, en no ignorar el componente mental del fenómeno. 
El Dr. Paul McHugh, ex jefe de Psiquiatría del John Hopkins Hospital, institución pionera en las operaciones de “reasignación de sexo” en los años 60, compara el trastorno de identidad de género con la bulimia y la anorexia, en cuanto desórdenes de autoaceptación: no importa cuál sea la realidad, el individuo siempre estará inconforme con su estado físico, y actuará en consecuencia para corregirlo, aunque atente contra su salud. “La mayoría de los pacientes que se sometieron a tratamiento quirúrgico –narra a The Wall Street Journalse dijeron ‘satisfechos’ con los resultados, pero sus consiguientes ajustes psicosociales no fueron mejores que los de quienes no habían sido intervenidos. Fue entonces que decidimos suspender las cirugías de reasignación de sexo, porque obtener un paciente ‘satisfecho’ pero todavía con problemas, nos pareció una razón inadecuada para seguir amputando órganos normales”
La medida fue, pues, prudente, visto que ni mujeres ni hombres nuevos, sino hombres “feminizados” y mujeres “masculinizadas”, con sus problemas de identidad aún a rastras, son toda la recompensa que se puede esperar. Tal vez por ello sea oportuno que los adultos tomen sus decisiones solo tras reflexionar sobre el largo plazo, de manera que los chicos no lamenten un día las prisas con que se quiso sacar adelante “sus” intereses.