Por Jesús Colina
Después de cuarenta años como secretario inseparable de Karol Wojtyla, el cardenal Stanislaw Dziwisz, hoy arzobispo de Cracovia, confiesa que todavía tiene cosas por descubrir de Juan Pablo II. En esta entrevista, responde a preguntas que han surgido en torno a las revelaciones surgidas con motivo de la beatificación.
¿Cómo conoció a Juan Pablo II?
Le conocí cuando era mi profesor en el Seminario y, como obispo auxiliar de Cracovia, me ordenó sacerdote. Nunca habría imaginado todo lo que vino después. Sólo me dijo: «Venga para ayudarme». «¿Cuándo?», le pregunté, sin esperarme esta petición suya. «Hoy mismo», respondió. «Iré mañana», le repliqué. Comenzó así mi servicio junto a Karol Wojtyla, sin más palabras, sin acuerdos específicos.
¿Como describiría su personalidad?
El Papa era muy gentil, pero firme: dirigía las situaciones hasta el último día de su vida. Con delicadeza, pero con firmeza. No reaccionaba de manera emotiva: era su gran fuerza. Durante el Viaje al Chile de Pinochet, por ejemplo, cuando la Misa estuvo a punto de ser interrumpida, a causa de desórdenes e intervino la policía del dictador con gases lacrimógenos, el Papa fue el único que se quedó en el palco, no se movió.
No se unía a ningún poder civil. El régimen soviético tenía miedo de él, no sabía cómo anunciar su elección al papado, porque liberaba a la gente del miedo: No tengáis miedo, es el eslogan de su pontificado. Era un hombre de gran personalidad: no dejaba las cosas sin resolver. Las polémicas de estos días sobre un presunto silencio sobre el padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que después fue condenado por Benedicto XVI, proceden de ambientes hostiles. Él no condenaba a las personas sin juicio, pero era muy firme.
Hemos sabido por Joaquín Navarro-Valls que el Papa conservaba en pequeñas fichas, en su reclinatorio, intenciones de oración que procedían de todo el mundo. ¿Cómo era?
El Santo Padre las tomaba una tras otra, durante su oración, y las presentaba al Señor. Él nos había enseñado a transcribirlas, a partir de las cartas que le llegaban, para recogerlas todas juntas: hemos aprendido de él a respetar cada petición y a no descuidar ninguna. Hoy seguimos haciendo lo mismo en la Curia de Cracovia: las transcribimos y las proclamamos en la oración de los fieles, pidiendo al Santo Padre que interceda ante Dios.
Concretamente, usted, ¿cómo piensa mantener la herencia que ha dejado Juan Pablo II?
Estamos creando un centro en Cracovia, que tendrá como lema una de las frases más importantes del pontificado: ¡No tengáis miedo!, las palabras que pronunció al inicio de su ministerio papal. Oficialmente, el proyecto se inauguró el 2 de enero de 2006. Queremos promover la espiritualidad del Santo Padre y su mensaje con cursos de espiritualidad, de formación en el estudio de sus obras y de todos sus discursos. En el centro se podrá visitar un museo dedicado a la vida y a la actividad del Papa, y una casa destinada a encuentros con los jóvenes, además de una institución para el voluntariado. Acogerá también una casa para peregrinos que vengan a Cracovia a seguir las huellas de Juan Pablo II. En la cripta, bajo la iglesia del centro, se conservarán algunas reliquias del Beato. En particular, la sotana que llevaba el día del atentado, el 13 de mayo de 1981, con los agujeros de las balas y las manchas de sangre. Se podrá ver también una ampolla con la sangre de Juan Pablo II, tomada por los médicos para los tests clínicos en el último día de vida. Fue Navarro-Valls quien me sugirió que pidiera a los médicos algo de sangre del Papa. Yo lo hice y los médicos me dejaron una ampolla con su sangre, que todavía está líquida, pues creo que mezclaron una sustancia química para que se preservara con el pasar del tiempo.
Según los rumores, Juan Pablo II hizo milagros en vida. ¿Es verdad?
En Polonia, muchos llaman a Juan Pablo II cudotwórca, que se puede traducir como el que hace milagros, pues atribuyen al Santo Padre una fuerza particular de intercesión. El Papa lo sabía, pero nunca quería hablar de ello. A quien le daba las gracias por haberle curado, el Santo Padre le respondía: «Es el Señor quien hace los milagros, no el hombre». Hemos recogido y seguimos recogiendo testimonios en este sentido, y contamos con amplia documentación. Pero yo sigo diciendo lo que decía Juan Pablo II: los milagros son obra de Dios y tienen lugar gracias a la fe de las personas que piden la gracia.
Tenemos, por ejemplo, el testimonio de una mujer enferma de cáncer en el cerebro que pidió al Santo Padre que rezara por ella. Él le impuso las manos pidiéndole que implorara a la Divina Misericordia, de quien Wojtyla era muy devoto. Poco después, la mujer volvió para decir que había sido curada.
¿Qué ve hoy en Juan Pablo II?
Siempre está presente en mi oración, y estoy convencido de que está a mi lado y me ayuda. Me doy cuenta de la necesidad que tengo de redescubrirle. Descubrirle y, quizá, quererle todavía más. Era un hombre de una gran riqueza espiritual, que la gente intuía en su interior. Hoy tengo que descubrir de nuevo esta profundidad espiritual e intelectual. Le quería como si fuera mi padre, y ahora le quiero, además, como el Bienaventurado que ya es.
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