El escándalo del perdón
Por Juan Orellana en www.alfayomega.es
Roland Joffé, consagrado por películas como La Misión, Los gritos del silencio, Vatel o La ciudad de la alegría, estrena su última gran producción, ambientada en la Guerra Civil española y con san Josemaría Escrivá como uno de sus personajes principales. Ambos elementos, en manos de este guionista y director londinense, que no es creyente ni español, hacen del film una propuesta interesante, singular y desde luego atípica.
El argumento entrelaza dos historias: una real, relativa a la juventud de Josemaría, y la creación del primer grupo de amigos que dieron lugar al Opus Dei; la otra, ficticia, sobre un supuesto amigo de la infancia de Escrivá, Manolo, que pierde su fe, abandona el seminario y se infiltra como espía nacional en el bando republicano. Ambas historias discurren en paralelo, cruzándose en determinados momentos. La trama de Manolo llega hasta 2002. Su hijo Robert, periodista, prepara un reportaje por la inminente canonización de Escrivá. Descubre que su padre fue amigo del Beato Josemaría, y acude a él, ya enfermo y anciano, para obtener información. Entre ellos late un profundo desafecto. Hace ocho años que no se hablan. Este desencuentro es el nudo gordiano de un film que gira sobre la cuestión del perdón y la reconciliación.
De hecho, son el perdón y la reconciliación las categorías que más subraya el film de la figura de Escrivá de Balaguer en los años de la guerra. Nunca se posiciona contra los milicianos, ni a favor de la venganza ante el asesinato de un sacerdote amigo suyo. Ni siquiera juzga a los que le agreden e insultan en el Metro de Madrid. Siempre trata de ponerse en la posición del otro, entenderle, y finalmente amarle y perdonarle, actitud que a menudo va a despertar la incomprensión e indignación de los suyos.
Este testimonio de paz en medio de la guerra es mostrado siempre como consecuencia de una mirada de fe.
Es interesante ver cómo el agnóstico Joffé presenta el cristianismo en el mundo contemporáneo de forma atractiva y a la vez sencilla. No se puede decir que el film sea un biopic al uso, sobre san Josemaría -además, muchas cosas son pura ficción-, sino que más bien se trata de una indagación sobre la santidad y un testimonio de la excepcionalidad del cristianismo. Aún menos puede decirse que la película trate sobre el Opus Dei, aunque se señalan con nitidez algunas de sus características principales: su modalidad laical, la valoración vocacional de la vida cotidiana y la santificación en el trabajo, mostrada a través de una visión mística que tuvo el santo y que quizá no encaja demasiado en la narración fílmica.
El reencuentro paterno-filial es quizás lo menos original. Lo que sí tiene de particular es que se presenta como efecto a posteriori de la obra de Escrivá sobre su amigo Manolo, treinta años después del fallecimiento del santo. Y sobre este fallecimiento hay que decir que el film nos lo cuenta en el arranque de una forma visualmente impactante y sugerente.
Estamos ante una película que reflexiona sobre la dualidad humana, aunque no en un sentido maniqueo. El camino del bien y del mal se entrelazan de forma misteriosa, vertiginosa; todos los personajes llevan dentro el deseo de bien y la tentación del rencor: Encontrarás dragones es el anuncio de esta paradoja. Pero al final vence el bien. El perdón es la bisagra que permite que el camino del amor inunde el camino del mal.
Lo discutible
Algunas escenas tienen una altura dramática notable, como la del asesinato del padre Lázaro, el ocultamiento de Escrivá en una bodeguilla, o la escena de la confesión, en el parque zoológico. El tratamiento de la guerra civil es lo más discutible, no sólo por su falta de contexto o por su inverosímil e inexacta recreación del frente de Madrid, sino sobre todo por la glorificación del idealismo frentepopulista y su caricaturización de los nacionales, cínicos y ávidos de poder. Una opción lógica en un director que flirteó con el trostkismo, pero inaceptable para cualquier historiador que haga una lectura justa de la guerra.
La película cuenta con un reparto muy heterogéneo. Josemaría está muy bien representado por el poco conocido Charlie Cox, así como Wes Bentley en el papel de Manolo o Dougray Scott como Robert. La presencia española más importante es la de Unax Ugalde, que interpreta a Pedro, uno de los amigos de Escrivá. Jordi Mollá y Ana Torrent, los padres del santo, han quedado con poco papel en el montaje final, que ha tenido que reducir las secuencias de la infancia por razones de equilibrio dramático y de metraje. Hay otros secundarios llenos de interés, como Honorio el chocolatero, un auténtico educador; o la novia de Robert, que como la protagonista de Love Story, gasta su energía en conseguir la reconciliación de su novio con su padre.
Aunque el film no llega a la altura y redondez de La Misión, su diseño de producción y la dirección artística son espectaculares. Eugenio Zanetti, ganador de un Óscar por Restauración, ha hecho un trabajo deslumbrante. También la diseñadora de vestuario Yvonne Blake tiene un Óscar en su haber. La fotografía del mejicano Gabriel Beristain es también meticulosa y manierista.
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