domingo, 5 de julio de 2009
El ángel que era periodista
Entré. Sí, tenía mucha experiencia. Llevaba muchos años en el oficio. A todo cielo (no podemos decir “a todo mundo”) le había hecho preguntas: A Arcángeles, a Potestades, a Principados, a Querubines... Pero eso de entrevistar a Dios, me ponía, al menos, un poco nervioso.
Equipado con mi inseparable grabadora entré a la oficina de Dios quien amablemente me recibió en la puerta, me estrechó la mano y me invitó a sentarme en una silla diseñada especialmente para no maltratar alas angelicales.
— Buenos días, Altísimo Señor.
— Muy buenos días.
— Ante todo agradezco la prontitud en atender mi petición de cita. Quiero decirle que en los últimos dos meses he estado por la tierra. He visto muchas cosas y he traído algunas dudas, preocupaciones y hasta alguna que otra úlcera en mi angelical estómago. La verdad ya no me acordaba de aquel tiempo en el que yo mismo fui Ángel de la Guarda de una persona de la tierra. ¿Se acuerda? Sí, que después de tres años, yo le escribí una carta a Usted para pedirle que me cambiara de encargo, a algo que produjera menos estrés, como por ejemplo ser un ángel periodista con residencia fija en los cielos. En mi viaje por la tierra he comprobado en espíritu propio lo mal que está el mundo. Mucho terrorismo, una guerra por aquí, un magnicidio por allá, cientos de niños de la calle asesinados a bocajarro, mujeres esclavizadas en el negocio de la prostitución..., y para qué seguir contándole. ¿Dónde vamos a parar?
Mientras Él escuchaba mi reporte de la situación del mundo vi cómo sus ojos se llenaron de tristeza como nunca antes lo había yo visto. Sin embargo, cuando terminé mi primera pregunta, su única respuesta fue una breve sonrisa como cuando una madre sonríe ante la pregunta inocente de su niño.
Entonces saqué discretamente mi lista de preguntas preparadas y le solté la segunda.
— Señor Dios, ¿Usted cree que el mundo va a tener remedio?
Otra amable sonrisa y una breve respuesta:
— El remedio nació en Belén hace ya 2000 años.
— Perdone mi insistencia, pero, ¿Usted no cree que las cosas pueden ir de mal en peor? ¿No cree que sería buena una intervención tajante de Usted? No sé, por ejemplo, un golpe de Estado a nivel mundial y que interinamente coloque a sus Ángeles de mayor confianza de presidentes de todos los países mientras se arreglan todos los problemas...
Otra sonrisa, y una respuesta breve:
— Quizá no sea lo mejor.
— Bien, pero –¿por qué no?– ahora que el mundo está tan globalizado, una visita suya fulgurante delante de todos, vía satélite, donde les deje las cosas claras, donde ellos se den cuenta de lo mal que van, donde les diga que o cambian o cambian.
Dios sonrió y esa fue su respuesta.
— Pero Señor, en el mundo pocos se acuerdan de Usted. Para que se haga una idea, me enteré de que hay una cosa que se llama ateísmo. ¿Y sabe qué es esto? Es cuando un hombre afirma no creer en Dios. Le están negando a Usted. Ya no es simplemente no estar de acuerdo con Usted en algún punto de su gobierno del Universo, sino que hasta llegan a crear teorías de que Usted no existe. Y muchos se las creen. ¡Qué barbaridad! ¿No le parece que eso sí es ya demasiado? Fíjese que dudar de Usted, el Creador de todas las cosas...
Dios sonrió de nuevo y me dijo:
— Sí, es cierto que algunos ya no creen en mí. Pero yo sí creo en ellos y pienso seguir creyendo en todos…
Así acabé mi entrevista con este Dios tan empeñado en los seres humanos. La verdad no sé qué es lo que Él ve en ellos. A mí ya se me habría acabado la paciencia. Pero yo soy sólo un ángel periodista con residencia fija en los cielos…
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