domingo, 26 de julio de 2009

Interior

“¿Quién es la más bella en todo el país?” preguntaba la malvada reina del cuento “Blancanieves” a su espejo mágico. Este siempre le decía la verdad. Conocer la verdad obviamente le ayudaba a la reina a conseguir su objetivo: ser la más hermosa. El día que en lugar de su imagen se le presentó la de Blancanieves, no quiso aceptar la realidad y mandó matar a la princesa.

En su interior, cada persona tiene un espejo que le puede decir la verdad. Pone delante de él diferentes hechos, ideas, decisiones y posibilidades de su propia vida, y los compara con un ideal que tiene en el interior. Así reconocemos, por ejemplo, lo que es bello o feo, bueno o malo... Tenemos la experiencia personal, subjetiva, pero al mismo tiempo real, de descubrir y darnos cuenta de algo en nuestro interior. Hay este “espejo” que nos permite reconocer la verdad. Los pensadores intentan explicarlo hablando del Ideal de la Razón Práctica, de la ley natural, de la conciencia, de la verdad y otras diferentes ideas…



Kant escribió en su “Crítica de la razón práctica”: “Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”. Cuando uno tiene la posibilidad de contemplar sin prisas el cielo, también empieza a admirar… Le pueden impresionar los diferentes espectáculos: combinaciones de turquesa y naranja fosforescentes en los atardeceres en Madrid, el azul de Italia idéntico al lapislázuli en las bóvedas renacentistas, los colores pasteles sobre Texas, la luna de Valencia, las estrellas, las tormentas, etc.… En cada lugar, la ventana de la propia habitación se puede convertir en un cuadro fascinante. Cada uno, original e irrepetible. Aunque sé, que es el mismo Sol o la misma Luna que veo en “los diferentes cielos”.

Cada panorámica de la naturaleza se puede comparar con un ser humano y los podemos dividir en varios tipos. En unos está el Sol: la Verdad que brilla e ilumina el interior de la persona. En otros se ve sólo la Luna que refleja la Luz del Sol. La pueden respetar y seguir sus dictámenes. Otra posibilidad es, que el Sol o la Luna están, (porque siempre existen), pero se esconden detrás de las nubes y el paisaje empieza a oscurecer. En este caso ya no llega con claridad el mensaje de la Luna, del espejo o como quiera que le llamemos. Sería la situación del espejo mágico desfigurado que no le diría a la reina quién es la más bella en el país, o que le engañaría diciendo que es bueno matarla.

La Luna, que refleja la luz del Sol o el espejo mágico son imágenes de la ley ética natural que está inscrita en el interior de todos y cada uno y que es una realidad de experiencia universal. Se asemeja a un lenguaje interior que ofrece unas indicaciones y sugiere un comportamiento, se podría decir que es como “un código de conducta”. Uno va descubriendo espontáneamente una invitación interior para guiar sus actos libres: haz el bien y evita el mal. Esta llamada a elegir el valor ético antes que otros valores, sean por ejemplo, sociales, económicos o artísticos, va demostrando que el valor ético es superior a los otros, y que al ser humano se le presenta como un absoluto.

La ley ética natural invita al ser humano a elegir valores que el ser humano experimenta como bienes en sí mismos. Son las expresiones concretas del bien ético y, por lo tanto, los fines naturales del ser humano.

A otro pensador, Gabriel Marcel, se le ocurrió plantearse una pregunta, que también tiene algo que ver con el cielo y con nuestro interior: ¿Hay estrellas fijas en el cielo del alma? Sobre las estrellas del Cielo, es obvio: es el mismo Sol, el que veo en España, en México y en Chile. Del mismo modo, en principio todas las reinas reciben un espejo que dice lo mismo a todos. Es nuestra capacidad innata, que tenemos todos lo hombres, de encontrar la única verdad. Sin embargo así como hay diferentes vistas del cielo, llega a haber personas con comportamientos muy diferentes. Es porque, aunque por un lado hay algo fijo en cada ser humano (hay un modo de ser fundamental, un deseo de felicidad innato, los fines naturales que no cambian); por el otro lado el ser humano se hace a sí mismo, no está “acabado”. Hay algo fijo y algo que se construye con las propias decisiones y actos libres. Nuestro “ser” es dinámico.

Se puede considerar al hombre como un itinerante, que mientras vive, camina hacia metas altas y va cambiando. De él mismo depende, quién llegará a ser. El hombre se construye a sí mismo. Tiene la innata capacidad para descubrir, por ejemplo, lo que es bueno y lo que es malo, y no puede renunciar a su libertad, que le obliga a escoger si se hará malo matando a Blancanieves o bueno salvándola. Ningún acto humano es indiferente, porque le hace mejor, o peor. Incluso no decidir nada, ante la voz del espejo, en el fondo, ya es decidirse a dejar a Blancanieves ser la más bonita. No decidirse a buscar la verdad es decidir no saber cuál es la verdad. No decidirse a caminar es ya decidirse a no-llegar.

Podemos decidir quién queremos ser y a dónde queremos llegar. La vida es para perfeccionar el propio ser. Se trata, por tanto, de encontrar la verdad en el propio interior y de construir el propio ser según esta verdad, para alcanzar la perfección. Hay que aprovechar la posibilidad de vivir en este mundo para caminar siguiendo la Luna o, aún mejor, conocer al autor de la luz que es el Sol, para llegar al final a la meta deseada.


1 comentario:

  1. Independientemente del texto que es magnífico. La fotografia de la niña en la ventana me ha parecido bellisima.Gracias

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