jueves, 18 de febrero de 2010

Cuaresma, tiempo de conversión.

La Cuaresma tiene una rica historia en la liturgia cristiana. Desde el inicio, era el tiempo de la preparación definitiva de los catecúmenos que iban a recibir el Bautismo, administrado en la Vigilia Pascual.

Hacia la mitad del siglo II, aparece en la Iglesia la preparación a la Pascua, entendida como memoria de la muerte salvífica de Cristo, y adquiere especial valor la práctica del ayuno, sobre todo el Viernes y el Sábado Santos.

La preparación de cuarenta días a la fiesta de la Pascua se introduce a inicios del siglo IV, y comienza el primer domingo de Cuaresma. Cada vez se convence más el pueblo cristiano de que el ayuno es la más importante y casi la única manera de prepararse a la Pascua, y como el domingo no se ayunaba, era preciso trasladar el inicio de la Cuaresma añadiendo los días que faltaban. Esto sucedió paulatinamente, hasta que desde el siglo VII el Miércoles de Ceniza señala el inicio del tiempo cuaresmal.

La imposición de la ceniza aparece en el siglo IX y va unida a la penitencia pública. Completaban el ayuno, la oración y la limosna.

Las últimas dos semanas se dedicaban, sobre todo, a la meditación de la Pasión del Señor, que en la conciencia de los fieles llega a constituir el centro de la espiritualidad de este tiempo santo, llevándolos a la conversión: Esto hizo Cristo por mí, ¿qué he de hacer yo por Él? Las palabras de san Pablo: «En nombre de Cristo os suplicamos: reconciliaos con Dios», muestran qué es la Cuaresma para la Iglesia; en estos días, alimentada abundantemente de la palabra de Dios, toma conciencia de participar en la Redención obrada por Cristo, que a todos llama: «Convertíos y creed en el Evangelio».

La salvación de Dios es accesible a todos los hombres, pero es preciso abrir el corazón, disponerse a acoger el don del cielo y responder con decisión. El pecado es el obstáculo.
La Cuaresma es tiempo propicio para reconocerlo y cambiar el corazón y el modo de pensar, justamente ante la presencia de Aquel que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Por eso, ante todo, es el tiempo del perdón y de la misericordia de Dios y, siguiendo a Cristo en sus cuarenta días en el desierto, tiempo de intensa vida espiritual, de lucha contra uno mismo y contra las fuerzas del mal, y así el hombre resurja con Cristo en la Pascua, hecho ya una criatura nueva por la gracia del Bautismo.

Alfonso Simón en www.alfayomega.es

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