jueves, 19 de marzo de 2009

Id a José

A veces una contempla sorprendida gente que entra en las iglesias y se dirigen hacia la imagen del santo de su devoción, y hacen todo tipo de movimientos, como inclinaciones corporales, intentos de santiguarse, o lanzamiento de besos al aire. Seguramente nadie les ha explicado que lo importante en una iglesia es la cajita que preside, es decir, el Sagrario. Porque allí se encuentra verdaderamente presente Dios. Y sólo ante el Sagrario se hace una genuflexión. Que en una iglesia católica, las imágenes de santos son totalmente prescindibles. Puede haberlas, o no; porque no dejan de ser elementos ornamentales, que pueden inspirar devoción.
Lo realmente importante es que haya un sagrario bien visible. A Dios se le adora, por eso tiene sentido inclinarse ante Él. A su madre, la Virgen María, se le venera.
Luego están los santos, que no son todos lo que están, ni están todos los que son. Es decir, que santo es todo el que está gozando de Dios en el cielo. Y supongo, que por la infinita misericordia divina, serán la mayoría del común de los mortales. De esos, hay unos cuantos que la Iglesia propone como modelo de santidad. Gente corriente y moliente, la mayoría, que con sus vidas nos recuerdan que se puede ser santo. A pesar de las caídas y miserias.
Los hay para todos los gustos: laicos, religiosos, frailes, monjas, curas, niños, mártires… De todas las épocas y de todas las razas. Se les puede tener devoción, y pedirles que intercedan ante Dios por las necesidades que podamos tener. Incluso, hay quienes tratan de imitarlos llevando su mismo tipo de vida, como es el caso de los fundadores de instituciones de la Iglesia.

Cuando alguien me dice que no cree en los curas o en los santos, me hace gracia. ¿Quién ha dicho que haya que tenerles fe? La fe es en Dios, y Él es quién la da.
Con el tema de la devoción a los santos me descomplico. Sólo acudo a 3 ó 4 que me son cercanos en el tiempo. Y encima, ni siquiera están canonizados por la Iglesia aún. A saber: Juan Pablo II, don Álvaro del Portillo, Teresa de Calcuta y Van Thuan. Las vidas que llevaron me impresionan, y a los dos primeros los conocí en persona.

Pero si hay alguien a quien acudo con mucha frecuencia, ese es san José. Le trato como a un padre, y pienso que debe ser el santo de los santos, por haber sido padre de Jesús, cuidado a María y jefe de la Sagrada Familia.
Me lo imagino en el cielo, muy cerca de Jesús y María, pero en segundo plano, como siempre. Pasando desapercibido.
Tengo un batallón de preguntas para hacerle cuando lo vea cara a cara. Una entrevista para “The Heaven’s News” donde me cuente todo lo que no cuentan en los evangelios: ¿Cómo era Jesús de pequeño? ¿Cuál era su juguete preferido?, ¿Se lo hizo él? ¿Era sólo carpintero o artesano? ¿Trabajaba sólo para el pueblo o para toda la región? ¿Tenía empleados en la carpintería? ¿A qué edad empezó Jesús a trabajar con él? ¿Cómo eran los ojos de María? ¿Qué edad tenía cuándo tuvo a Jesús? ¿Cómo celebraban las fiestas? ¿Cómo se divertían los días de descanso? ¿Se iban de excursión, o de pesca? ¿O se reunían todos en casa de Joaquín y Ana? ¿Cuál era su comida favorita? ¿Le contaba cuentos a Jesús para que se durmiera? ¿Quiénes eran sus mejores amigos? ¿Le ha dado ya su merecido al autor del villancico que dice “en el portal de Belén han entrado los ratones, y al pobre de san José le han roído los calzones“? ¿Y al que escribió aquello de “san José como es gitano, a los gitanos camela, y el chavea del portal se rebela, se rebela? ¿Qué cara ponen los pintores que lo retrataron como un anciano barbiblanco al comprobar que no lo es? ¿A qué edad se fue al Cielo? ¿Estaba enfermo? ¿Qué sintió al ver cara a cara a Dios Padre? ¿Qué le dijo Dios?


Claro, que si Dios se apiada de mí y alguna vez llego al cielo, ¿qué más me dará todo al encontrarme con el abrazo y la sonrisa infinita? Por supuesto, no me olvidaré de feliciar a José.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los mensajes de valientes anónimos no serán publicados en este blog.