Una gata me persigue por la ciudad. Es blanca, cara plana inexpresiva y un lazo rosa y vestido igualmente cursi. Está en todas partes: escaparates, atuendos infantiles… Me sorprendo parada en un semáforo, y ahí está ella, en un cartel publicitario que versa: “Hellow Kitty te invita a conocer nuestras listas de comunión”. No, no estoy alucinando. Una gata sosa de dibujo inanimado me hace saber que hay listas de comunión en la calle tal. Así que dirijo allí mis pasos. Amablemente, una señorita me indica todo lo que se puede incluir en dicha lista. Pregunto si de la comunión de la que hablamos es la Primera Comunión que hacen los niños católicos con 8 ó 9 años. “Afirmativo, la misma comunión”, me dice mientras me muestra los distintos artículos. Por supuesto, todo lo imaginable que pueda llevar impreso la cara de Kitty: móviles, minicadenas musicales, mp3, mp4, Ipod, toallas, camisetas, bolsos, relojes, sombrillas de playa, bicicletas, trajes de baño, mochilas, maletas…. Los mismos artículos pueden ser de Spiderman, Supermán, Janamontana, Yonasbroders o Jaisculmusical.
Mientras contemplo todo desconcertada, recuerdo mi Primera Comunión. Como se trataba de recibir por vez primera el Cuerpo de Cristo, tuve regalos acorde con la ocasión: un rosario, crucecita de oro y pulsera con mi nombre grabado y la fecha del evento, biblia ilustrada infantil, devocionario con cubierta de nácar y libro de firmas y álbum fotográfico a juego, muñeca vestida de comunión con vela en la mano. Funcionaba con una pila enorme insertada en su espalda, y al elevar el brazo, se encendía una bombillita, imitando la llama de la vela y la muñeca decía:
“mi primera comunión,
llenó mi alma de alegría,
pues Jesús desde aquel día
me ha robado el corazón“.
Supongo que si alguien me hubiese regalado un bañador de Kitty, habría pensado que qué tenía que ver aquello con recibir a Jesús.
Así que decido volver sobre mis pasos, y agradeciendo a la amable señorita su atención salgo de allí buscando una librería que me devuelva a la realidad. Compro una biblia infantil preciosa, muy bien editada y de texto no herético, que esas cosas hay que tenerlas en cuenta. La niña a la que se lo regalo dice que le ha gustado mucho, porque nadie le había regalado algo así. Cuando fue con su madre a encargar su lista de regalos no había cuentos que hablasen de Jesús.
¡Qué alivio, parece que he acertado!
Pero pasan unos días, y en un telediario me cuentan algo que debe ser la expresión de la estulticia elevada a la enésima potencia: un bebé ha sido bautizado por lo civil.
Ahí queda eso.
Mientras contemplo todo desconcertada, recuerdo mi Primera Comunión. Como se trataba de recibir por vez primera el Cuerpo de Cristo, tuve regalos acorde con la ocasión: un rosario, crucecita de oro y pulsera con mi nombre grabado y la fecha del evento, biblia ilustrada infantil, devocionario con cubierta de nácar y libro de firmas y álbum fotográfico a juego, muñeca vestida de comunión con vela en la mano. Funcionaba con una pila enorme insertada en su espalda, y al elevar el brazo, se encendía una bombillita, imitando la llama de la vela y la muñeca decía:
“mi primera comunión,
llenó mi alma de alegría,
pues Jesús desde aquel día
me ha robado el corazón“.
Supongo que si alguien me hubiese regalado un bañador de Kitty, habría pensado que qué tenía que ver aquello con recibir a Jesús.
Así que decido volver sobre mis pasos, y agradeciendo a la amable señorita su atención salgo de allí buscando una librería que me devuelva a la realidad. Compro una biblia infantil preciosa, muy bien editada y de texto no herético, que esas cosas hay que tenerlas en cuenta. La niña a la que se lo regalo dice que le ha gustado mucho, porque nadie le había regalado algo así. Cuando fue con su madre a encargar su lista de regalos no había cuentos que hablasen de Jesús.
¡Qué alivio, parece que he acertado!
Pero pasan unos días, y en un telediario me cuentan algo que debe ser la expresión de la estulticia elevada a la enésima potencia: un bebé ha sido bautizado por lo civil.
Ahí queda eso.
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