Por Santiago Cervera
www.solidaridad.net
EL mundo de la imagen es también el mundo de la emoción superficial. En el programa Tengo una pregunta para usted, el momento de mayor audiencia fue cuando intervenía Izaskun Buelta, una joven con síndrome de Down nacida en Pamplona. Eran las 22.41 de la noche, cuando casi 7,3 millones de personas sintonizaban la emisión. El dato no es casual. El pico de audiencia se registra cuando el espectador se detiene en algo que le interesa especialmente.
El problema de Izaskun era el de una gran parte de los españoles, la posibilidad de encontrar un empleo. Pero la atención no tenía como motivo el mero interés social de la pregunta, sino el hecho de que la hacía una persona a la que se clasifica como discapacitada. Probablemente, por la misma razón la joven ocupó la vera del presidente del Gobierno en la foto de grupo que se hizo al finalizar el programa.
Delante y detrás de la pantalla, una persona con síndrome de Down capta la atención, mientras todo el mundo defiende la integración y la igualdad en derechos y oportunidades de cualquier ciudadano. Aparentemente, todo es muy satisfactorio.
En España hay unas 32.000 personas con síndrome de Down, más hombres que mujeres, y cada vez con mayor expectativa de vida. Esta singularidad es conocida por la humanidad desde hace siglos, pero fue a mitades del XIX cuando se describió como tal. Más de cien años después se pudo comprobar que la alteración consistía en disponer de una copia extra del cromosoma 21. De ahí se deduce no sólo cierta discapacidad psíquica congénita (es el 25% de todos los casos de retraso mental), sino un aspecto físico peculiar y otras posibles alteraciones médicas.
Por fortuna, la sociedad ya no ve a los Down como retrasados, sino como personas distintas. Cualquiera que les conozca sabe que son individuos perfectamente capaces de llevar una vida adaptada a las circunstancias actuales, incluidas las laborales. Durante muchos años se ha promovido su integración social, obviamente como resultado de una actitud sincera y justa de considerarlos iguales en derechos y obligaciones que todos los demás. Hoy ya no se habla tanto de integración, sino de respeto a la diversidad. En efecto, los Down no sólo han de poder estudiar y trabajar como otros muchos porque así se les conceda, sino porque mediante sus particularidades son capaces de enriquecer los proyectos en los que participan. No es un tópico decir que ellos suelen ser personas constantes en sus empeños, perfeccionistas y muy capaces de comportarse de manera afectuosa y honrada.
Pero hay otra realidad de la que no se habla. Los casos de síndrome de Down son cada vez menos frecuentes porque se pueden diagnosticar durante el embarazo y cuando se detectan, cada vez se abortan más.
En 1988, nacían 16,5 de cada 10.000 partos.
En 2005, 7,4 por 10.000.
Aunque suene crudo: nuestra sociedad protege e incluso exalta las capacidades de los Down después de que nacen, pero en muchos otros casos les elimina antes de darles la mera oportunidad de vivir.
María Auxiliadora Robles, psicóloga de la asociación de síndrome de Down de Jaén, lo dice sin ambages: "El descenso de los nacimientos de Down es una prueba evidente de que no se les da la oportunidad ni de nacer, y mucho menos de que les conozcamos con sus virtudes y defectos. Por ello, sería interesante que las federaciones e instituciones encargadas de velar por los intereses de las personas con síndrome de Down realizasen estudios a favor de los derechos de unas personas que pertenecen a un grupo que, a este paso, está en vías de extinción en nuestro país".
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EL mundo de la imagen es también el mundo de la emoción superficial. En el programa Tengo una pregunta para usted, el momento de mayor audiencia fue cuando intervenía Izaskun Buelta, una joven con síndrome de Down nacida en Pamplona. Eran las 22.41 de la noche, cuando casi 7,3 millones de personas sintonizaban la emisión. El dato no es casual. El pico de audiencia se registra cuando el espectador se detiene en algo que le interesa especialmente.
El problema de Izaskun era el de una gran parte de los españoles, la posibilidad de encontrar un empleo. Pero la atención no tenía como motivo el mero interés social de la pregunta, sino el hecho de que la hacía una persona a la que se clasifica como discapacitada. Probablemente, por la misma razón la joven ocupó la vera del presidente del Gobierno en la foto de grupo que se hizo al finalizar el programa.
Delante y detrás de la pantalla, una persona con síndrome de Down capta la atención, mientras todo el mundo defiende la integración y la igualdad en derechos y oportunidades de cualquier ciudadano. Aparentemente, todo es muy satisfactorio.
En España hay unas 32.000 personas con síndrome de Down, más hombres que mujeres, y cada vez con mayor expectativa de vida. Esta singularidad es conocida por la humanidad desde hace siglos, pero fue a mitades del XIX cuando se describió como tal. Más de cien años después se pudo comprobar que la alteración consistía en disponer de una copia extra del cromosoma 21. De ahí se deduce no sólo cierta discapacidad psíquica congénita (es el 25% de todos los casos de retraso mental), sino un aspecto físico peculiar y otras posibles alteraciones médicas.
Por fortuna, la sociedad ya no ve a los Down como retrasados, sino como personas distintas. Cualquiera que les conozca sabe que son individuos perfectamente capaces de llevar una vida adaptada a las circunstancias actuales, incluidas las laborales. Durante muchos años se ha promovido su integración social, obviamente como resultado de una actitud sincera y justa de considerarlos iguales en derechos y obligaciones que todos los demás. Hoy ya no se habla tanto de integración, sino de respeto a la diversidad. En efecto, los Down no sólo han de poder estudiar y trabajar como otros muchos porque así se les conceda, sino porque mediante sus particularidades son capaces de enriquecer los proyectos en los que participan. No es un tópico decir que ellos suelen ser personas constantes en sus empeños, perfeccionistas y muy capaces de comportarse de manera afectuosa y honrada.
Pero hay otra realidad de la que no se habla. Los casos de síndrome de Down son cada vez menos frecuentes porque se pueden diagnosticar durante el embarazo y cuando se detectan, cada vez se abortan más.
En 1988, nacían 16,5 de cada 10.000 partos.
En 2005, 7,4 por 10.000.
Aunque suene crudo: nuestra sociedad protege e incluso exalta las capacidades de los Down después de que nacen, pero en muchos otros casos les elimina antes de darles la mera oportunidad de vivir.
María Auxiliadora Robles, psicóloga de la asociación de síndrome de Down de Jaén, lo dice sin ambages: "El descenso de los nacimientos de Down es una prueba evidente de que no se les da la oportunidad ni de nacer, y mucho menos de que les conozcamos con sus virtudes y defectos. Por ello, sería interesante que las federaciones e instituciones encargadas de velar por los intereses de las personas con síndrome de Down realizasen estudios a favor de los derechos de unas personas que pertenecen a un grupo que, a este paso, está en vías de extinción en nuestro país".
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